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El gran mercado

De la mano del capitalismo, el mundo se ha transformado en un gran mercado. Todo se compra o se vende; todo, incluidas las personas. Todo tiene un precio; todo, incluidas las almas. Una de las contradicciones más sangrantes de la globalización capitalista es que el dinero y las mercancías gozan de más libertad de movimiento que las personas, como está dejando patente la crisis de los refugiados.

El capitalismo antepone las mercancías a las personas; es más, convierte a las personas en mercancías. Las personas son valoradas no como tales sino según lo que tengan o produzcan. Con dinero o su promesa, todas las aduanas se abren; el dinero no conoce fronteras. El rendimiento es la medida de todas las cosas. Un sistema así es inhumano y, sin embargo, dura y perdura y de cada guerra o cada crisis sale reforzado.

El secreto del éxito del capitalismo es su camaleónica capacidad de adaptación y mimetismo. Su método para eliminar a los movimientos opositores es infalible: los imita hasta desvirtuarlos y reducirlos a objetos de consumo, a modas pasajeras. El capitalismo es el gran Leviatán que todo lo fagocita. Engulló al comunismo y lo está haciendo con su versión 2.0, la economía colaborativa, que se basa en el compartir en vez del poseer productos y servicios.

Byung-Chul Han nos advierte que es un error pensar que la economía del compartir, como afirma el economista y sociólogo Jeremy Rifkin en ‘La sociedad del coste marginal nulo’, anuncia el fin del capitalismo. «Todo lo contrario: la economía del compartir conduce en última instancia a la comercialización total de la vida». El filósofo surcoreano pone como ejemplo Airbnb, el sitio web que convierte cada casa en hotel y rentabiliza así incluso la hospitalidad. Palmario también es el caso de Facebook, que hace negocio de la amistad; sus usuarios y sus gustos son el producto, la mercancía que vende en el mercado publicitario. Algo similar hace Google. Y Uber, que pone en contacto a pasajeros y conductores, es otra desvirtuación de la economía colaborativa. Esta, bien entendida, es un modelo de cooperación sin ánimo de lucro; su paradigma sería Wikipedia: una enciclopedia gratuita que sale adelante gracias a la colaboración de miles de personas.

Sin embargo, la perversa lógica del capitalismo también se está imponiendo en la economía basada en la colaboración. Quien no tiene dinero tampoco puede acceder al compartir y queda excluido del sistema. El capitalismo divide a las personas en productores y consumidores. La mayoría somos ambas cosas, lo que Rifkin llama ‘prosumidores’, y los que no son ni una ni otra son marginados, son basura social: parados y personas dependientes sin ingresos, pobres de solemnidad, sintechos, simpapeles, solicitantes de asilo… Y nadie quiere la basura cerca de casa. Por eso, Europa está dispuesta a pagar a Turquía a cambio de que sea el guardián de Occidente, el basurero que contenga la riada de inmigrantes que huyen de Oriente Medio.

Como dice el Zaratustra de Nietzsche, los que dominan ahora llaman dominar a chalanear y regatear por el poder ¡con la chusma! Y como dice Byung-Chul Han, el capitalismo llega a su plenitud en el momento en que el comunismo se vende como mercancía, lo que supone el fin de la revolución.

(Publicado en el diario HOY el 13/3/2016)

blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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