Hoy estamos citados a las urnas en medio de la incertidumbre provocada por dos malas noticias para nuestra democracia y la Unión Europea. Una es la difusión de una charla en la que el ministro del Interior conspira con el jefe de la Oficina Antifraude de Cataluña para incriminar a políticos independentistas. La otra es el triunfo del ‘brexit’, de la salida del Reino Unido de la UE, en el referéndum del jueves.
La mentada charla constata que el devoto Jorge Fernández Díaz creó una policía secreta, a imagen y semejanza de la brigada político-social franquista, y utilizó las cloacas del poder y la máquina del fango, con la complicidad de prensa mamporrera, para atacar a los adversarios políticos del Partido y del Gran Hermano a los que sirve. Estas prácticas son propias de los ministerios del Amor y de la Verdad y de la policía del Pensamiento, inspirada en la Gestapo y la Checa, de la sociedad distópica y totalitaria retratada por George Orwell en ‘1984’. Con la ‘ley mordaza’ y la reforma del Código Penal, son un grave atentado contra nuestro Estado democrático de Derecho y contribuyen a aumentar la desafección política y la desconfianza ciudadana en las instituciones públicas, caldo de cultivo, junto con la crisis y los recortes sociales que ha conllevado, de los populismos y nacionalismos. Nadie ha hecho más por el independentismo catalán que el rancio nacionalismo español del Gobierno de Rajoy. No hay separatistas sin separadores. Y el fin no justifica los medios; los medios justifican el fin. Quien utiliza medios antidemocráticos para defender la democracia acaba con esta.
Similares son las causas que hay detrás del ‘brexit’. El déficit democrático del que adolece la construcción de la UE, regida por una suerte de despotismo ilustrado, junto con el austeridazo impuesto por las ‘hormigas’ del norte a las ‘cigarras’ del sur y el miedo a los bárbaros, avivado por la amenaza yihadista, han alimentado al leviatán nacionalista y a su hijo bastardo, la xenofobia, en todo el Viejo y achacoso continente, no sólo en el Reino Unido. Este siempre ha tenido un pie fuera de la Unión y ha puesto palos en la rueda europea. Incluso si hubiera ganado la permanencia, hubiera tenido un estatus especial dentro de la UE. Eso acordó Cameron con sus colegas comunitarios a cambio de apoyar el sí.
Visto así, el ‘brexit’ podría acelerar la integración europea. Sin embargo, hay preocupantes síntomas que invitan a pensar lo contrario, que podría ser el principio del fin del sueño de la razón de Adenauer, Monnet, Schuman y Gasperi, porque alentará a otros socios a seguir el ejemplo británico presionados por el auge del nacionalismo y el populismo en el corazón de Europa. De hecho, los líderes ultraderechistas, con la francesa Marine Le Pen y el holandés Geert Wilders a la cabeza, han celebrado el no británico y han reclamado un referéndum similar en sus países. También lo han aplaudido otros perros de la misma rehala como el estadounidense Trump y el ruso Putin. En las Islas, el más ferviente defensor del ‘brexit’ ha sido el eurófobo Nigel Farage. Su mensaje antiinmigración ha calado, sobre todo, en la Inglaterra rural, más anciana y menos instruida y, por tanto, más receptiva a los cantos de sirena xenófobos. En la cosmopolita Londres ha ganado con holgura el sí a la UE.
Un fantasma recorre Europa, el fantasma del nacionalismo, el origen de dos guerras mundiales, y va ganando terreno peligrosamente.
(Publicado en el diario HOY el 26/6/2016)