Estos días, la Audiencia Nacional parece la pasarela de la corrupción. Por allí está desfilando lo más granado de la mangancia patria, los acusados de dos casos paradigmáticos de la cultura del pelotazo imperante en los años de ladrillos y gaviotas: Gürtel y tarjetas ‘black’.
El escándalo de las ‘black’ prueba que la corrupción es transversal, pues están implicados representantes de los principales partidos, los sindicatos, la patronal y hasta la Casa Real. Para más inri, ocurrió en un banco antes caja salvado con el dinero de todos los contribuyentes, la mayor parte del cual no recuperaremos. Sus cabezas visibles son dos amigos de José María Aznar: Miguel Blesa y su sucesor al frente de Caja Madrid, Rodrigo Rato, el taumaturgo del milagro económico español, que fue una falsa bonanza, una época de excesos que aún estamos pagando.
Al calor de la misma, Francisco Correa y compañía montaron la Gürtel. Durante su declaración ante el juez, Correa se jactó de que Génova, la sede nacional del PP, era su casa y admitió que pagó a cargos y dirigentes populares a cambio de contratos para su entramado societario. Según su testimonio, el ubicuo Luis Bárcenas, extesorero del PP, fue quien le abrió las puertas de Génova 13 y era a quien entregaba parte de las comisiones del 2-3% que cobraba a grandes constructoras como OHL, ACS y Dragados a cambio de adjudicaciones de obras públicas de los ministerios de Fomento y Medio Ambiente. El ‘modus operandi’ era muy similar al que se imputa al clan Pujol.
Correa también presumió de haber «ahorrado decenas de millones (de pesetas) al PP» en impuestos y de haber hecho «gestión de ‘lobby’ a empresas y personas muy poderosas en este país». «Yo cobraba mucho en B porque ninguno de los empresarios me quería facturar. En España existen muchos Franciscos Correas», concluyó el «amigo íntimo» de Alejandro Agag, el yerno de Aznar, sí, el mismo que llegó a La Moncloa con la regeneración democrática como bandera, esa que agitan ahora las nuevas generaciones de Ciudadanos.
De las palabras de este arribista sin oficio pero con mucho beneficio se infieren un hecho y cuatro síntomas preocupantes. El hecho es que él no era Don Vito, sino un simple capo de una mafia en la que probablemente, como ocurrió con los GAL, nunca sabremos, aunque lo sospechemos, quién era la X, el padrino, el último responsable. En cuanto a los síntomas, el primero es que la metástasis de la corrupción está más extendida de lo que parece por la sociedad española. El segundo, que hay tantos corruptos como corruptores, pues los unos no existirían sin los otros. El tercero, que en España existe una correlación espuria entre la proliferación de la corrupción y las épocas de bonanza, al basarse estas en sectores, como el constructor y el financiero, sopladores de burbujas, que buscan ganar mucho en poco tiempo y que mantienen una relación de concubinato con la clase política. Y el cuarto, que el poder corrompe aun al más idealista, como han demostrado el PSOE y el PP tras sus largos pasos por el Gobierno.
El socialista ruso Alexandre Herzen ya advertía en el siglo XIX que la evolución histórica representa simplemente una serie ininterrumpida de oposiciones (en el sentido parlamentario del término), «que llegan al poder una tras otra y pasan de la esfera de la envidia a la esfera de la avaricia».
(Publicado en el diario HOY el 16 de octubre de 2016)