Arrecian los vientos de guerra que soplan desde Oriente. Me temo que Siria se ha convertido en un campo de pruebas, un ensayo de una venidera conflagración mundial, como en su día lo fue la guerra civil española; hasta tiene su propio Guernica: Alepo. En el gran juego sirio participan casi todos los grandes actores de la escena geopolítica: Estados Unidos, Rusia, Europa, así como las dos grandes potencias islámicas y rivales irreconciliables, Irán, guardián del chiismo, y Arabia Saudí, cabeza del sunismo (en concreto, de su corriente más fundamentalista, el wahabismo, fuente de la que beben Al Qaeda y el Estado Islámico, muy activos en el conflicto sirio).
La guerra siria, que ha provocado el mayor éxodo de refugiados jamás visto desde la II Guerra Mundial, no deja de ser una extensión de las desatadas por EE UU y sus aliados en Afganistán e Irak en respuesta a los atentados del 11-S de 2001. Aquella fecha supuso el final de la ‘Pax americana’.
Pero las nuevas sectas de los asesinos no son los únicos enemigos a los que se enfrentan los estadounidenses y sus socios. Tras la caída del muro de Berlín, hito que marca el final de la Guerra Fría, y la implosión de la Unión Soviética, EE UU quedó como única potencia hegemónica. Sin embargo, de la mano de hierro de Putin, Rusia se está rearmando y trata de recuperar el esplendor imperial perdido. La Rusia de Putin arrastra y alimenta igual rencor que la Alemania de Hitler. Los movimientos y provocaciones del zar ruso recuerdan demasiado a los del führer. La anexión de Crimea y la ocupación de la parte oriental de Ucrania evocan las de Austria y los Sudetes por Alemania en 1938.
Hay un tercer punto caliente que también fue uno de los escenarios de la II Guerra Mundial: el Mar del Sur de la China, rico en petróleo, y que es un territorio en disputa entre China, Japón (fiel aliado de EE UU) y Vietnam, entre otros. La ruptura de relaciones de la Filipinas del fascistoide Duterte con Washington y su realineamiento con Pekín y Moscú echan más leña a ese fuego.
La II Guerra Mundial estalló tras la Gran Depresión que se inició con el Crack del 29. Durante la depresión de los años 30, Franklin D. Roosevelt trató de reactivar la economía estadounidense con medidas de corte keynesiano. Pero, tras una breve recuperación, hubo una recaída en 1937 y 1938. Y fue la guerra la que acabó por resucitar la economía americana. Acabado el conflicto, el capitalismo vivió su edad de oro, que terminaría con las crisis del petróleo de los años 70. Fue un caso de destrucción creadora.
Ahora vivimos una coyuntura similar a la de la época de entreguerras; la incipiente recuperación amenaza con truncarse. ¿Recurrirá de nuevo el capitalismo a una guerra mundial para revivir cual ave fénix?
El economista Juan Torres lo tiene claro: «En el capitalismo la guerra no es solo un modo de producir satisfacción y dar poder a quien la gana, como siempre, sino que también se recurre a ella para ‘resolver’ los problemas que producen el afán de lucro que le es consustancial y las contradicciones que se derivan del intento continuado de reducir el salario». Por tanto, «mientras perviva el capitalismo y la estrategia económica dominante sea ahorrarse salarios, no dejarán de sonar los tambores de guerra ni se acabarán de contar los muertos que produce».
(Publicado en el diario HOY el 23 de octubre de 2016)