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El triunfo de la posverdad

El triunfo electoral de Donald Trump es, como el ‘brexit’, el triunfo de la posverdad. Esta es la palabra del año para el Diccionario Oxford, que ha constatado un espectacular auge de su uso.

«Posverdad» es lo relativo a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales. Un artículo de ‘The Economist’, titulado ‘El arte de la mentira’, dice que «Trump es el principal exponente de la política de la posverdad, que se basa en frases que ‘se sienten verdaderas’, pero que no tienen ninguna base real». El filósofo estoico Epicteto decía que «la verdad triunfa por sí misma, la mentira necesita siempre complicidad». Los cómplices de Trump son ciertos medios para los que, como advirtió el maestro Ryszard Kapuściński, la verdad ya no es importante, ni siquiera la lucha política lo es: lo que cuenta en la información es el espectáculo. Y de eso sabe mucho un empresario y ‘showman’ como Trump.

Para la directora de ‘The Guardian’, Katharine Viner, los elementos de la política de la posverdad son: unos políticos que apelan constantemente a los sentimientos; la situación de gran debilidad de los medios, necesitados de clics para su supervivencia; y el hecho de que cada vez más gente se informa a partir de contenidos seleccionados por algoritmos, es decir, a través de motores de búsqueda como Google y redes sociales como Facebook o Twitter.

Miquel Urmeneta, periodista y profesor en la Universitat Internacional de Catalunya, lo llama «la tiranía del algoritmo, que no tiene en cuenta ni la veracidad de las informaciones ni fomenta que las opiniones sean variadas y equilibradas. El usuario acabará atrapado en una esfera donde los contenidos cada vez serán más próximos a su ideología e intereses y donde tenderá a relacionarse sólo con usuarios afines». Clave en la victoria de Trump fue su estrategia digital. Supo emplear como nadie las redes sociales para pescar votos en el río revuelto de la antaño pujante región de los Grandes Lagos, donde es mayor el resentimiento contra el sistema de las clases medias y trabajadoras víctimas de la globalización y la crisis.

Para Manuel Arias Maldonado, profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, «las emociones juegan, indiscutiblemente, un papel relevante en la vida política». Pero a veces «es algo peligroso: cuando invita al proteccionismo, al narcisismo, incluso al odio». Obama canalizó el voto de la esperanza y Trump se ha convertido en el banco de odio e ira de los heridos en su orgullo.

Peter Sloterdijk sostiene que la izquierda ha funcionado históricamente como «un banco de ira» donde «la gente depositaba sus frustraciones y otros gestionaban ese capital para devolverle los intereses en forma de autoestima para ellos y desprecio para sus enemigos». Según el filósofo alemán, la ira, la indignación han cobrado más fuerza, pero la izquierda ya no desempeña el papel de banco mundial de la ira y el islamismo es solo un banco local. A mi juicio, también lo son el populismo y el nacionalismo, si bien amenazan con provocar una deflagración mundial al no dejar de prender focos a uno y otro lado del charco. Como dice Arias, «el resultado es un paisaje en llamas, una amalgama de pasiones e hipérboles que se parece bien poco a la esfera pública sosegada que soñaron los ilustrados como fundamento para nuestras democracias representativas».

(Publicado el 20 de noviembre de 2016 en el diario HOY)

blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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