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Al este del edén

Queridos Reyes Magos, me congratula que, un año más, hayáis podido cumplir vuestro cometido. Confieso que llegué a dudar de que os dejaran entrar en nuestros lares y cargados de paquetes sospechosos. La cosa se ha puesto tan fea que todo lo que viene de Oriente es visto con desconfianza cuando no terror. También temía que algún policía despistado os arrestara la madrugada del 6 de enero por allanamiento de morada y carecer de documentación en regla y acabarais en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE), una de esas cárceles donde se encierra a los inmigrantes sin papeles a la espera de su deportación al este del edén. Los reclusos no viven mejor que el ganado en esos CIE, que están «absolutamente masificados» y en un estado «deplorable». La última en denunciarlo ha sido una juez de Algeciras, que ha recordado a nuestro ministro del Interior que España firmó el Convenio de Derechos Humanos en 1979, en cuyo artículo 5 reconoce el derecho a la dignidad de las personas.

Mas estos hijos de Caín no parecen ser dignos de ser considerados personas. Su único pecado ha sido osar entrar en nuestro paraíso sin permiso y con las manos sólo llenas de ilusiones y sueños frustrados. Como el hermano fratricida de Abel, han sido condenados por el inclemente Señor a un castigo demasiado grande para soportarlo: aunque cultiven la tierra, no les pagará con su fecundidad, y andarán errantes y fugitivos por el mundo. Por eso, son vistos como un peligro para nuestro bienestar, como advirtió la flamante ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal, en la Pascua Militar.

Según la novia de la muerte, «la única barrera que existe hoy día es la que separa a los que creemos en la libertad, la democracia y los derechos humanos de aquellos que hacen todo lo posible por derribarlos». Pero la realidad no es tan bonita como la pinta mi generala. Los hijos de Abel, los elegidos por la divina Providencia, los que vivimos en libertad y democracia y gozamos de los derechos humanos, no queremos compartir nuestra dicha y, con la coartada de la amenaza terrorista, estamos levantando nuevas barreras para impedir la entrada a los hijos de Caín que no tienen nuestra fortuna y malviven al este del edén.

Mas, como se pregunta el escritor Max Aub, que tuvo cuatro nacionalidades (alemana, heredada de sus padres; francesa, por nacimiento; española, al afincarse su padre en Valencia siendo él niño, y mexicana, por elección propia al exiliarse tras la Guerra Civil), «¿Qué frontera separa / lo tuyo de lo mío? / ¿Quién acota la vida? / ¿Vives hoy o mañana? / Raíz, tallo, flor y fruto / ¿dónde empiezan y acaban? (…) / Cuestión bizantina. (…)».

Sin embargo, la paradoja de la globalización económica es que, al generar perdedores y ganadores, ha provocado un resurgir de los nacionalismos y ha reabierto el debate sobre la cuestión bizantina de cerrar las fronteras a los hijos de Caín. La tragedia de estos es que, sabiéndose rechazados, asuman como Cal, el personaje interpretado por James Dean en la película ‘Al este del Edén’, que ellos son los malos y nosotros los buenos y sólo encuentren aceptación y refugio en Alamut, entre los asesinos del Viejo de la Montaña. Nuestro rechazo les empuja hacia los brazos de los profetas de la yihad. Nuestro miedo alimenta su terror.

(Publicado en el diario HOY el domingo 8 de enero de 2017)

blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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