Este país ha logrado terminar con el terrorismo etarra, mantiene a raya el yihadista tras el funesto 11-M, pero se muestra incapaz de poner freno al machista. En lo que va de 2017 han sido asesinadas al menos 18 mujeres por sus parejas o exparejas, según datos oficiales. Es una cifra terrible e inédita: nunca había habido tantos feminicidios en los dos primeros meses del año desde 2003, cuando empezaron a contabilizarse. Las víctimas mortales de la violencia de género suman ya casi 900 en poco más de 13 años. Asimismo, solo el año pasado, 134.462 mujeres denunciaron haber sufrido maltrato –368 cada día–, 10.737 más que en 2015, según el informe del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ).
Este notable aumento se debe, por un lado, a que la lacra no remite y, por otro, a que cada vez más víctimas se atreven a denunciar a sus verdugos: siete de cada diez denuncias las presentan ya las propias maltratadas. Esto está haciendo emerger una creciente parte de la violencia machista que permanecía oculta hasta ahora por miedo o vergüenza de las víctimas. Sí, miedo a sus agresores y vergüenza de ser estigmatizadas por su entorno social o familiar. De hecho, solo el 1,44% de las denuncias de 2016 fueron presentadas por familiares o amigos de la acosada o agredida, de lo que se infiere que su entorno no acaba de implicarse. ¿Por miedo, vergüenza, cobardía, ignorancia o tolerancia con el machismo?
Una de las posibles respuestas nos la da Lourdes Cortés, la hermana mayor de Daniel, el vecino de la barriada cacereña del Perú que mató a su padre el 20 de febrero de un disparo de escopeta harto de que vejara a su madre durante décadas. Lourdes reconocía a este diario, en una sobrecogedora entrevista con la compañera Cristina Núñez, que ni ella ni sus hermanos acudieron al juzgado o a la policía porque temían que «le pasara algo horrible» a su madre: «He leído muchos comentarios sobre que teníamos que haber denunciado antes, y que mi hermano es un cobarde, les pediría que se pongan en nuestra piel, que se pongan en nuestra situación, que piensen en que hemos sentido miedo, anulación y vergüenza y las amenazas de que iba a matar a mi madre, a nosotros, y al que entrara por la puerta si le denunciábamos».
Ese «miedo constante» es la principal arma del maltratador, que inocula en sus víctimas hasta anularlas, paralizarlas e, incluso, hacerlas sentir culpables. Ese miedo es el que ataba de manos a los hermanos Cortés y a su madre, que «hubiera aguantado por los siglos de los siglos, hasta el fin de los días, una situación así». Porque, aunque Lourdes cree que hay que denunciar, también advierte que «a muchas que lo han hecho las han matado sus maridos con órdenes de alejamiento». Un signo de que las medidas contra la violencia machista son insuficientes, como sostienen las personas que hicieron huelga de hambre en la madrileña Puerta del Sol entre el 9 de febrero y el 7 de marzo. La víspera del Día de la Mujer pusieron fin a su protesta al conseguir abrir «una vía de diálogo con el Gobierno» y que la mayoría de partidos apoye sus propuestas, que presentarán en la subcomisión creada en el Congreso para mejorar la lucha contra la violencia de género a través de un futuro pacto de Estado. Un pacto que urge, porque a muchas mujeres les va la vida en ello.
(Publicado en el diario HOY el 12 de marzo de 2017)