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Derecho a morir y necropolítica


Cuando no hay vida más acá de la muerte porque se ha convertido en una prisión donde el alma es cautiva de un carcelero torturador, el cuerpo, cuando mantener la esperanza es esperar en vano y alargar el sufrimiento, cuando la vida ya no tiene sentido porque solo se siente dolor, cuando la enfermedad hace la vida imposible y se la hace imposible a quien se desvive por uno, una persona tiene derecho a morir de manera digna, a una buena muerte, que es lo que significa eutanasia.

El caso de José Antonio Arrabal, el hombre con ELA que se quitó la vida clandestinamente antes de acabar vegetal, muestra de nuevo la necesidad de despenalizar y regular la eutanasia y el suicidio asistido, a imagen y semejanza de Bélgica, Holanda, Luxemburgo, Suiza, Colombia, Canadá o algunos estados norteamericanos. Eso sí, además hay que garantizar a todo el mundo el acceso a los cuidados paliativos para que nadie desee morir porque no esté bien atendido. Más de 50.000 enfermos no pueden acceder a esos cuidados en España. Como advierte a ‘El País’ el médico Jacinto Batiz, «para poder aliviar el sufrimiento no hay que eliminar a la persona», aunque admite que si después de desarrollar los paliativos alguien pide la eutanasia, «habrá que hacer una ley». La falta de esa ley obligó a Arrabal a adelantar su muerte, según su propio testimonio, que dejó grabado en un vídeo difundido tras su fallecimiento.

La víspera de que Arrabal se suicidara murió Salvador Pániker, quien presidió la asociación Derecho a Morir Dignamente durante años. El hetorodoxo pensador sostenía: «La vida puede ser maravillosa y puede ser espantosa. Depende. Y la única manera de conseguir que, al menos, sea digna es reservándose uno el derecho a abandonar el mundo cuando comience el horror. El derecho a ‘dimitir’ de la vida».

El derecho a morir dignamente es indisociable del derecho a vivir dignamente. Vivir sin dignidad no es vivir, es sobrevivir. Por tanto, hay que facilitar la vida para no desear la muerte, a lo que no contribuyen los recortes en sanidad, dependencia e investigación. Esa es la gran paradoja. En España y la mayor parte del mundo no se reconoce el derecho a morir dignamente mientras se practica la necropolítica. Esta, un concepto que desarrolló el filósofo camerunés Achille Mbembe, decide quién merece vivir; más que matar, deja morir a los que no tienen valor para el poder. Para la activista Clara Valverde, autora de ‘De la necropolítica neoliberal a la empatía radical’, las políticas de austeridad neoliberales dejan morir a los que no son rentables porque ni producen ni consumen: dependientes, enfermos crónicos y mentales, pacientes en listas de espera, ancianos con una pensión de hambre, parados sin ingresos, sin techo, migrantes que se ahogan en el mar o internados en centros de extranjeros…

Valverde, que padece el Síndrome de Fatiga Crónica y yace en la cama el 90% del tiempo, explica que el sistema, a la vez que se desentiende de los excluidos, atemoriza a los incluidos, se asegura de que no se fíen de los primeros ni se solidaricen con ellos, de que los vean como extraños, desagradables. Todo para perpetuar las desigualdades y aumentar el poder y la riqueza de los privilegiados. Mas, advierte, mucha gente que ahora no está en apuros podría fácilmente estarlo si enferma de gravedad, queda inválido o pierde el trabajo. Entonces, será descartada como basura, será empujada a morir sin dignidad.

(Publicado en el diario HOY el 9 de abril de 2017)

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