Francia elige hoy entre azul y azul oscuro casi negro, entre un neoliberal con rostro humanoide y una neofascista con hechuras de madre coraje, entre Marine Le Pen y Emmanuel Macron, el Albert Rivera de allende los Pirineos. La elección, por tanto, es difícil para el votante de izquierdas, aquel que en la primera ronda apoyó al socialista Benoît Hamon (una suerte de Pedro Sánchez galo) o a Jean-Luc Mélenchon (el candidato de Francia Insumisa, el Podemos francés).
El presidente francés, el socialista François Hollande, ha sido categórico en su demanda del voto para su exministro de Economía para frenar a la candidata ultraderechista. En cambio, Mélenchon y dos tercios de sus militantes se decantan por votar nulo o en blanco.
Mas hoy no valen las medidas tintas. En Francia, y por extensión en Europa entera, está en juego algo más que la presidencia de la República; está en juego la propia República. La disyuntiva no es Macron o Le Pen, sino democracia o fascismo. Así también lo ve un tótem de la izquierda como Yanis Varoufakis. El exministro griego de Finanzas también ha pedido votar a Macron «para oponerse a Le Pen». Es consciente de «los peligros que representa el programa de Macron para los equilibrios sociales», y está «en profundo desacuerdo con su proyecto para Europa y la zona euro, que solo prolongará y agravará la situación desastrosa de la Unión Europea». Sin embargo, «sus políticas podrían ser combatidas democráticamente en el marco de las instituciones europeas y de las luchas colectivas». En cambio, el Frente Nacional «alimenta un proyecto antidemocrático y de regresión social». Un proyecto no muy disímil del que acaudilla Donald Trump en Estados Unidos.
La encrucijada a la que se enfrentan hoy los franceses es similar a la que afrontaron los estadounidenses en sus presidenciales. Entonces ganó ‘guatepeor’, y las fatales consecuencias no se han hecho esperar. El Ubú rey americano ha soliviantado a tirios y troyanos, pasando por los norcoreanos y sus otrora compinches rusos. Es más, hasta ha dado ya motivos a sus electores para arrepentirse de haber votado con las vísceras y no con la cabeza. Para muestra, un botón: los ciudadanos de once estados donde ganó Trump, la llamada América profunda, serán los que más sufran su contrarreforma sanitaria, que hará perder la asistencia médica a entre diez y doce millones de personas.