Por fin pasó el martes 13 y se celebró la cacareada moción de censura de Unidos Podemos contra Rajoy, que se prorrogó hasta bien entrado el miércoles 14. ¿Y quién ganó? Tirios dirán que su caudillo salió reforzado, pues se evidenció que no hay alternativa a su ordeno y mando. Troyanos replicarán que su amado líder se encumbró como el auténtico paladín de la democracia y dejó patente que, sumando los votos a favor que recibió y las abstenciones, es posible construir una mayoría suficiente para echar al «presidente de la corrupción». Mas los verdaderos ganadores fueron dos perdedores a los que se quiso enterrar prematuramente, uno ausente y otro silenciado: Pedro Sánchez e Íñigo Errejón.
La moción devino una sesión de investidura del jefe de la oposición. Sin embargo, no fue Iglesias quien salió como tal de las Cortes. Fue el renacido secretario general de los socialistas. Y fue el propio gran timonel de Podemos quien así lo reconoció al tender la mano al nuevo PSOE poniéndose a su disposición para secundar otra moción con Sánchez de candidato. La victoria de este en las primarias, aunque aplaudida por las bases podemitas, no era esperada por Iglesias y su guardia de corps y ha trastocado su estrategia agonista o frentista, la que venció en Vistalegre II. Esta fue concebida para darle guerra más en la calle que en la arena del Parlamento a «la triple alianza» formada por un PSOE con Susana Díaz a la cabeza, el PP y Ciudadanos. Buscaba mantener en permanente estado de agitación a los ciudadanos y consolidar la imagen de los morados como genuina oposición. Tomaba como modelo la que llevó a Syriza al poder en Grecia y al Pasok a la irrelevancia, al pagar su apoyo al Ejecutivo de la corrupta Nueva Democracia (el PP heleno).
El giro a la izquierda dado por Sánchez al PSOE ha obligado a Iglesias a replantearse su plan y a asumir la estrategia que perdió en Vistalegre II, la del defenestrado Errejón. Esta busca hacer de Podemos un partido más transversal e institucional, menos agresivo e izquierdista, más convincente que vindicativo y abierto a colaborar con los socialistas para ganar batallas a los populares en el Congreso y ser «útil ya» a la gente. En definitiva, pasar de la protesta a la propuesta.
El golpe de timón de Iglesias se percibió durante el debate de la moción. Se esforzó por dar una imagen más presidenciable, más seductora, hasta se puso chaqueta, con el fin de superar los recelos de buena parte del electorado progresista, aquel millón que se quedó en casa el 26J y que es susceptible ahora de votar al PSOE. De hecho, desde un punto de vista electoralista, el triunfo de Sánchez perjudica a Podemos.
Mas el tiempo de las mayorías absolutas se ha ido para no volver, al menos en una buena temporada. Por ende, PSOE y Podemos están condenados a entenderse si quieren gobernar. Sánchez e Iglesias se han caído del nido y de ahí su muda. Eso sí, el segundo quiere seguir marcando los tiempos y presiona al primero para que antes de Navidad presente una nueva moción contra Rajoy. Pero los números son tozudos, como los nombres que hay detrás, y hoy por hoy esa opción es inviable por los vetos cruzados de Podemos y C’s y la condición ‘sine qua non’ que imponen los independentistas catalanes y vascos, el referéndum, inasumible para el PSOE. Con todo, quien ahora tiene el cronómetro es Sánchez y el 14J dio su primer gran paso hacia la Moncloa, como Felipe González en 1980 con su moción contra Suárez. Tiempo al tiempo.
(Publicado en el diario HOY el 18 de junio de 2017)