En 1779, el joven Ned Ludd rompe dos telares mecánicos como reacción contra las deplorables condiciones laborales que sufre su gremio. Eso cuenta la leyenda del movimiento al que da nombre, el ludismo, encabezado por artesanos ingleses que, a principios del siglo XIX, arremetieron contras las nuevas máquinas textiles que amenazaban con destruir sus empleos.
Finales de mayo de 1978, Buckley Crist, profesor de ingeniería de materiales en la Universidad de Northwestern, recibe un paquete sospechoso y llama al policía Terru Marker, quien lo abre y explota. Marker resultó herido leve en su mano izquierda y se convirtió en la primera víctima del neoludita Theodore John Kaczynski, conocido como Unabomber, un superdotado matemático que entre 1978 y 1995 envió 16 cartas bomba a universidades o aerolíneas, matando a tres personas e hiriendo a otras 23. Unabomber fue detenido por el FBI en 1996 y condenado a cadena perpetua. Antes, ‘The New York Times’ publicó su manifiesto ‘La sociedad industrial y su futuro’, en el que llama a una revolución mundial contra lo que denomina el «sistema tecno-industrial», con el argumento de que la «Revolución Industrial y sus consecuencias han supuesto un desastre para la humanidad».
Verano de 2017, aprendices de Unabomber tratan de sabotear la primera industria de España, el turismo, con ataques vandálicos a buses turísticos y hoteles en Palma de Mallorca y, sobre todo, Barcelona. Sus daños son solo materiales, por el momento. Sus autores, miembros de Arran Països Catalans, los cachorros de la CUP, el partido independentista y antisistema catalán que sostiene a Puigdemont. Sus motivos: se está explotando un modelo de «turismo de élite, masivo» que «destruye el territorio y condena a la miseria a la clase trabajadora» y «convierte el país en un parque de atracciones que únicamente beneficia a la burguesía y al capital». En San Sebastián se les ha sumado Ernai, la nueva camada de los epígonos de Batasuna, cuya meta es la «creación de nuevos modelos de vida». Unos y otros califican sus atentados de «acciones mediáticas» o de «autodefensa».
Lo cierto es que en junio los barceloneses situaron, por primera vez, el turismo como el principal problema de la ciudad, según el Barómetro Semestral de Barcelona. Y según la Sindica de Greuges, el Defensor del Pueblo en Cataluña, las quejas relacionadas con el turismo se dispararon de 28 en 2015 a 123 en 2016.No obstante, insisto: el fin no justifica los medios; los medios justifican el fin.
Como explica el historiador israelí Yuval Noah Harari en ‘Homo Deus’, el mundo moderno no cree en la finalidad, solo en la causa; ha matado a Dios y ha perdido la fe en que hemos nacido para cumplir un rol en un plan divino. La nueva religión se basa en la firme creencia de que el crecimiento económico es absolutamente esencial. Este nuevo credo nos insta a descartar todo aquello que pueda obstaculizar ese crecimiento, como la conservación de la igualdad social y del medio ambiente. La némesis de la economía moderna es el colapso ecológico. Por ende, para crecer no puede valer todo si no queremos ser víctimas de la ‘hybris’. Sin embargo, para evitarlo, tampoco vale todo. Tan denostables son la avaricia como la violencia, por mucho que la primera sea un medio rápido para crecer y la segunda para cambiar las cosas.
(Publicado en el diario HOY el 6 de agosto de 2017)