Y llegó el día del choque de trenes. Dos trenes que han acelerado hasta lo temerario echando más leña al fuego en las últimas semanas. Dos trenes que representan dos nacionalismos que se retroalimentan.
Considero todo nacionalismo un trastorno psicosocial, el fruto agrio del delirio de grandeza de un pueblo que se cree elegido por la Divina Providencia o por la Historia y, por tanto, superior a otros. Como todo trastorno, se puede dar en diferentes grados. Cuanto más radical, es más supremacista, más agresivo. En grado sumo es genocida.
No obstante, nacionalismo e independentismo no son sinónimos. No todos los independentistas son nacionalistas. El ejemplo es Cataluña. El porcentaje de independentistas casi se ha duplicado desde que en 2010 el Tribunal Constitucional anuló parte del nuevo Estatut y comenzaron los recortes sociales. La mayoría de esos ‘indepes’ de nuevo cuño proceden de la izquierda no nacionalista –el PSC y la coalición Catalunya Sí que es Pot (en la que está Podemos)–. Como hicieron los ‘mesías’ partidarios del ‘brexit’, el argumento definitivo esgrimido por los independentistas de toda la vida para convencer a los que no lo eran ha sido el económico, el «España nos roba», como ha reconocido el propio Oriol Junqueras. Cifran el «expolio» en 16.000 millones de euros anuales, «cuatro veces más dinero que todos los recortes juntos que hace la Generalitat». Una mentira goebbeliana que a fuerza de repetirla mil veces se convirtió en verdad (o posverdad) incontestable e incontestada para los conversos.
Ese mito, entre otros, ha sido desmontado por Josep Borrell y Joan Llorach en ‘Las cuentas y los cuentos de la independencia’. Cierto que Cataluña es de las comunidades que más contribuyen a la caja común –la tercera, tras Madrid y Baleares– pero es la décima que más recibe del Estado. Mas ha calado profundo en muchos catalanes el sofisma de que con lo que les «roba» España serían la Tierra Prometida y se codearían con Alemania y los países escandinavos.
Significativo es que, según datos del CEO (el CIS de la Generalitat), el apoyo a la independencia es mayor entre catalanes con padres y abuelos catalanes y con rentas altas. Alcanza el 50% entre los que «viven cómodamente», mientras que es del 29% entre quienes pasan «muchas dificultades», esos que más han sufrido el austeridazo aplicado por el Govern, y apoyado por CiU en el Congreso.
Sin embargo, el viejo truco de agitar las banderas, de exacerbar los sentimientos patrios le ha venido bien a Artur Mas, que no era independentista, y demás ahijados del padrino de la patria catalana, el exhonorable Jordi Pujol, para desviar la atención de sus corruptelas y tijeretazos. Pero también a Mariano Rajoy. Y así al «España nos roba» de un nacionalismo, el otro ha reaccionado con el «¡A por ellos, oé!». Porque «hay quien dice que Rajoy es una fábrica de independentistas, pero lo que no dicen es que los llamados ‘indepes’ son una fábrica de Rajoys», como sostiene Nicolás Sartorius, quien advierte que el nacionalismo es el adversario más peligroso de los trabajadores porque los divide. Por eso, exhorta quien fuera uno de los fundadores de CC OO, «no podemos seguir permitiendo que nos líen, que nos manejen, que nos mientan mucho y que nos enfrenten».
Tras la acción nacionalista catalana y la reacción nacionalista española debe llegar la síntesis a partir de mañana. Eso sí, sería de ingenuos e imprudentes confiar en que dos pirómanos apaguen el incendio que han provocado.
(Publicado en el diario HOY el 1 de octubre de 2017)