Donald Trump acaba de cumplir un año como líder del ‘mundo libre’ y su popularidad se mantiene estable en torno al 40%, es decir, el grueso de su electorado conserva una contumaz fe ciega en él. Ya lo avisó cuando aún solo era candidato: «Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida, pegarle un tiro a cualquiera y no perdería ningún voto».
Amén de una rebaja fiscal que beneficia a las grandes fortunas y empresas, su dudoso mayor éxito es haberse erigido, al grito de «América primero», en azote de inmigrantes y sus ‘soñadores’ hijos. Mas ese discurso, que cabe en 140 caracteres, más aporófobo que xenófobo, pues rechaza al forastero que viene de «agujeros de mierda» como El Salvador, Haití o África pero no de naciones ricas como Noruega, es el que lo llevó en volandas a la Casa Blanca.
Por tanto, cumple con lo que prometió a sus votantes, entre los que están los ricos de solemnidad pero, sobre todo, los blancos perdedores de la globalización: cristianos evangélicos semianalfabetos de renta media-baja o baja, hijos de la ira, epígonos de unos Estados Unidos que, como recuerda el escritor Paul Auster, «se fundaron sobre dos crímenes: el genocidio indio y la esclavitud». Votantes que se ven reflejados en un ‘outsider’ de los cabildos de Washington que es retratado como un niño grande alérgico a la lectura y altamente inestable en el polémico libro ‘Fuego y furia: dentro de la Casa Blanca de Trump’.
A golpe de tuit, Trump se apresuró a replicar que él es «un genio muy estable» y su médico de cámara confirmó que goza de una «excelente salud». Sin embargo, aun así no ha despejado las dudas sobre su capacidad para ejercer el cargo. Auster no las tiene: «Trump es un psicópata, un peligro, una amenaza para EE UU y para el mundo». Y el diagnóstico del reputado psiquiatra Bandy X. Lee no es más tranquilizador: «Trump va a ponerse peor y se volverá incontenible debido a la presión de la presidencia».
Lo que es indudable es que el mundo es más inestable desde que él está al mando, gracias a su habilidad para hacer enemigos, en lo que supera a Nixon, Reagan y Bush hijo, junto a los cuales ya se ha ganado un lugar de deshonor en la historia universal de la infamia, aunque queda por saber si como proveedor de iniquidades, atroz redentor, impostor inverosímil o todo ello. En tiempo récord, Trump ha disparado la tensión que Obama había rebajado con viejos enemigos como Cuba, Irán, Venezuela, los palestinos o Corea del Norte. Más que inquietante es su duelo al sol con el desnortado «hombre cohete» norcoreano, al que, brabucón, ha advertido que también tiene un ‘botón nuclear’, pero que el suyo es «mucho más grande y más poderoso».
Si el Ricardo III de Shakespeare revivió en Nixon, Trump y Kim Jong-un, seguidos a distancia por Berlusconi, rivalizan por ser el indigno heredero del rey Ubú, el bufonesco, faunesco y grotesco protagonista de la satírica obra teatral de Alfred Jarry, que Els Joglars versionó libremente con el título de ‘Ubú president’, una cáustica crítica de Pujol, quien tiene en Puigdemont un ‘ubuesco’ sucesor.
Pero, ¡ojo!, Auster ve «en Europa las mismas ansiedades y los mismos populismos que en América», solo hay que mirar al centro y al Este. Quizá aquí no hacen tanto ruido, por el momento, pero tienen la misma furia contenida, la misma que se desató no hace ni 80 años e incendió el planeta.
(Publicado en el diario HOY el 21 de enero de 2018)