«Unidad contra la barbarie», clamó el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. «Que no se politice el dolor», rogaron las víctimas. Sin embargo, ni una cosa ni otra cumplieron ni los independentistas ni los autodenominados constitucionalistas durante la conmemoración de los atentados terroristas del 17 de agosto del pasado año en Barcelona y Cambrils.
La política se impuso a la ética y ensució el homenaje a las víctimas, relegadas a un segundo plano por la guerra fría entre los dos frentes. A las pancartas contra Felipe VI y en defensa de los políticos secesionistas presos y los gestos reivindicativos del ‘procés’ del president Quim Torra y su llamada a «atacar al Estado español» para lograr la república catalana, los promonárquicos respondieron desplegando banderas españolas y gritando ‘vivas’ al Rey.
Unos y otros hicieron caso omiso al poema ‘Las campanas doblan por ti’, del poeta metafísico inglés John Donne, leído en ocho idiomas durante el acto, que reza: «(…) Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti».
Esa composición inspiró a Ernest Hemingway su celebérrima novela ‘Por quién doblan las campanas’, que transcurre en la guerra civil española, en la que el escritor estadounidense participó como corresponsal. Nuestra contienda fratricida reafirmó a Hemingway en su antifascismo, pero también le puso en guardia contra las certezas ideológicas y los fanatismos. «Me gustan los comunistas como soldados pero no como sacerdotes», llegó a decir. Y el protagonista de la novela, Robert Jordan, un profesor americano que lucha como especialista en explosivos en el bando republicano, se transforma de un comunista puro y duro en un escéptico que acaba preguntándose: «¿Hubo jamás un pueblo como este, cuyos dirigentes hubieran sido hasta tal punto sus propios enemigos?». Otro personaje, Pilar, define como lo peor de la guerra «lo que nosotros hemos hecho; no lo que han hecho los otros».
El fantasma de las dos Españas que se combatieron a muerte ha reaparecido en Cataluña. Para evitar que ese espectro termine por poseernos y devorarnos, las dos Españas deben mirarse al rostro y reconocerse en el otro, siguiendo el principio moral básico formulado por el filósofo Emmanuel Levinas: «El único valor absoluto es la posibilidad humana de dar prioridad al otro sobre sí mismo». El reconocimiento del otro es el primer acto de no violencia. La violencia está imbricada con la construcción de una identidad personal, social y política en la que no se reconoce al otro, se excluye o expulsa al distinto. Por tanto, la paz en Cataluña, en toda España o en el mundo entero pasa por empatizar con el otro, por ponerse en su lugar y buscar a través del diálogo la manera de convivir juntos, de que dejemos de ser Tú y Yo para ser Nosotros.
Dicho de otro modo, con unos versos del nobel mexicano Octavio Paz de su poema ‘Piedra de sol’ que condensan toda la filosofía de Levinas: « (…) soy otro cuando soy, los actos míos / son más míos si son también de todos, / para que pueda ser he de ser otro, / salir de mí, buscarme entre los otros, / los otros que no son si yo no existo, / los otros que me dan plena existencia, / no soy, no hay yo, siempre somos nosotros».
(Publicado en el diario HOY el 19 de agosto de 2018)