Pedro Sánchez ya lleva más de cien días en la Moncloa y la sombra que proyecta sobre él la lengua de serpiente que le susurra al oído todas las mañanas es alargada. Las maneras políticas más efectistas que eficaces del actual jefe del Ejecutivo tienen el característico sello del terrible Iván Redondo, el mismo que fue las dos manos, la diestra y la siniestra, de José Antonio Monago. Manos de gato que ahora mecen la cuna del encantador Sánchez y que, pondría las mías en el fuego, están detrás de sus golpes y contragolpes de efecto, de sus bandos y bandazos, incluida la gestión del caso de su tesis doctoral.
Esta gestión recuerda a la del escándalo de los viajes de Monago a Canarias por cuenta del Senado. Las tácticas seguidas por el prócer socialista son similares a las que entonces siguió el popular extremeño. Primero negar la mayor y sacar pecho, alardeando de transparencia y honradez; después, ante nuevas evidencias aireadas por la prensa de que no es oro todo lo que reluce, contraatacar acusando de difamadores a los medios de comunicación que le apuntaron con el dedo; y, finalmente, sacarse un nuevo conejo de la chistera para desviar el tiro.
El conejo de Sánchez fue el rimbombante anuncio de que acabará con los aforamientos de los políticos a través de una reforma constitucional exprés. Buscó así apropiarse de una bandera de Ciudadanos y obligar a Pablo Casado a retratarse cuando aún está pendiente de que el Tribunal Supremo decida si le desafuera para que pueda ser investigado por el caso de su máster. Para dar la buena nueva, Sánchez, envuelto en un aura mesiánica y arropado por vips, utilizó el púlpito del auto sacramental que montó para celebrar sus cien días.
Mas Pedro nos negó por enésima vez y, como en asuntos como la inmigración, el Valle de los Caídos o la venta de armas a Arabia Saudí, «donde dije digo, digo Diego» y donde dije «acabar» con los aforamientos, quería decir «reducir o limitar». Y para terminar de enfriar el tema ha pasado la patata caliente al Consejo de Estado.
Sin embargo, el tiro puede salirle por la culata tras solicitar la Fiscalía del Supremo al alto tribunal que archive la causa de Casado al considerar «no suficientemente consistentes» las acusaciones de que obtuvo su máster como un «regalo académico por su relevancia política e institucional». Aliviado, el líder del PP ha puesto ahora el punto de mira en las dudas sobre la tesis y el libro de Sánchez.
No obstante, aunque no haya indicios de que Casado cometiera delito alguno, las sospechas de que recibió un trato universitario de favor no se han disipado. Sospechas que también planean sobre el doctor Sánchez. Pero a ambos príncipes maquiavélicos no les preocupan las consecuencias morales de sus actos, solo las políticas, solo las que amenacen su poder. Con todo, tienen la hipocresía de esgrimir la moral para atizar al adversario. Y, como dice Tzvetan Todorov, «quien hace moral para los demás sin someterse a ella es doblemente inmoral, consigo mismo y con los demás».
Tiene razón el pensador búlgaro-francés: «Incluso cuando no cometen delitos, la mayoría de los políticos está muy por detrás de lo que se espera de ellos». Nos gustaría creer que los anima un cierto ideal, pero las más de las veces solo les mueve el interés. El efecto de estos comportamientos es la desafección política de la ciudadanía y que esta clame que «se vayan todos porque todos son iguales», lo que, como apunta Todorov, «favorece a los enemigos de la democracia y la moral», léase los populismos.
(Publicado en el diario HOY el 23 de septiembre de 2018)