El síndrome de Pinocho es lo que los psiquiatras llaman mentira patológica, pseudología fantástica o mitomanía. Quienes lo padecen son mentirosos compulsivos; saben que mienten, pero no pueden evitarlo. Mas llega un momento en que terminan creyéndose sus propias mentiras.
Así, estos cuentacuentos crean un mundo irreal, imaginario del que les resulta harto complicado escapar. Estas personas esconden habitualmente trastornos psicológicos o de personalidad: falta de autoestima, fobias, ansiedades, timidez, problemas para relacionarse, complejos de inferioridad… E intentan compensar sus inseguridades o carencias con embustes y engañifas.
Pero, ojo, las historias que cuentan estos arquitectos de castillos en el aire no son delirios, no son del todo inciertas, a menudo tienen algún poso de verdad y, por supuesto, exageran sus virtudes o hazañas, presentándoles como héroes, sabios o tipos que se codean con celebridades. Además, mienten sin control y ‘sine die’; su tendencia a fabular es infinita. Las mentiras compulsivas también pueden manifestarse como falsos recuerdos: el mitómano realmente cree que los acontecimientos ficticios producto de su fantasía han tenido lugar.
El síndrome de Pinocho es un mal muy extendido entre la clase política; se puede decir que es una de las enfermedades del poder, como la paranoia y la psicopatía. No hace falta tener ojo clínico para percatarse de que dos mitómanos de libro son los dos últimos presidentes catalanes, Carles Puigdemont y Quim Torra.
Ambos se parecen a Pinocho no solo en su propensión patológica a mentir, sino también en que son títeres que han terminado por cobrar vida propia y desobedecer a su titiritero. Puigdemont rompió definitivamente los hilos que le unían a su Geppetto, Artur Mas, cuando, ante el miedo a pasar a la historia del independentismo catalán como un ‘botifler’, optó por echarse al monte mágico y declarar la independencia el 27-O de 2017 en vez de convocar elecciones autonómicas.
Por su parte, Torra, sin encomendarse ni a dios Puigdemont ni al diablo Junqueras, dio un paso más hacia el vacío durante la conmemoración de la consulta ilegal del 1-O. Ese día llamó a los independentistas más radicales a apretar en la calle, pero estos le tacharon de autonomista y sumiso al Estado e intentaron asaltar el Parlament. Ante el mismo temor que su padre político de pasar por traidor, dio un ultimátum a Pedro Sánchez: o presenta una propuesta en firme de referéndum de autodeterminación en un mes, o le retira el apoyo parlamentario.
Dicho ultimátum y la negativa de JxCat a acatar la suspensión de los diputados catalanes procesados les supo a cuerno quemado a sus socios de ERC, que están a punto de perder la paciencia y soltar la mano que sostiene al ‘president’ testaferro sobre el alambre.
De hecho, días antes, el diputado republicano Gabriel Rufián había instado a intentar «pinchar según qué burbujas o discursos del independentismo mágico» y «decir la realidad». Pero dicha burbuja fue hinchada por Puigdmont con la complicidad de Esquerra. Y si esta no lo remedia, Torra la seguirá inflando hasta que explote. Ahora mismo, lo único que une a los ‘carlistas’ de JxCat y los posibilistas de ERC son los políticos presos. De momento, se han dado una tregua hasta que haya sentencia. Sin embargo, cuán largo me lo fiáis, Esquerra; puedes acabar de nuevo arrastrada al abismo por Puigdemont, Torra y compañía, porque nunca se debe subestimar la estupidez humana, no tiene límites.
(Publicado en el diario HOY el 7 de octubre de 2018)