Al ritmo de ‘Soy el novio de la muerte’ o ‘Viva España’, Vox exhibió su orgullo facha el pasado domingo en el madrileño palacio de Vistalegre. La elección de este escenario no es arbitraria: es una plaza icónica para el PSOE ‘de la ceja’ y Podemos y está en Carabanchel, distrito obrero de Madrid, tradicionalmente rojo (ahora morado) y poblado de extranjeros con más sueños que recursos. Vox intenta pescar en caladeros de la izquierda imitando a la francesa Agrupación Nacional de Marine Le Pen y otras fuerzas de ultraderecha europeas; busca captar el voto bronca de trabajadores cabreados con socialistas y podemistas, tras su domesticación institucional, utilizando a los inmigrantes como chivo expiatorio.
Vox nació del costado derecho del PP. Sus padres y padrinos eran aznaristas puros y duros desencantados con la deriva pragmática que llevó el partido de la mano de Rajoy. Su líder, franco y armado (con una Smith & Wesson), es Santiago Abascal, un animal político, en concreto, un ‘Don Camaleón’ –el ‘alter ego’ de Mussolini que da nombre a una corrosiva novela de Curzio Malaparte– que creció a los pechos de María San Gil y halló protección bajo el ala derecha de Esperanza Aguirre, quien le proveyó de canonjías. A finales de 2013, Abascal abandonó el PP acusando a Rajoy de «secuestrar» al partido, «traicionar» sus ideas y valores y no actuar contra la corrupción. Poco después fundaría Vox. En 2015, Derecha Navarra y Española se integraría en él. Y Alternativa Española, Partido Familia y Vida y Comunión Tradicionalista Carlista pidieron el voto para Vox el 26-J de 2016.
Por tanto, Vox ha pasado de ser un partido de derecha extrema (similar a Anel, socio de gobierno de Syriza en Grecia) a ser la voz de la extrema derecha, una mezcolanza de carlistas, falangistas y ultras, una versión posmoderna del Movimiento Nacional.
Pío Baroja decía que «el carlismo se cura leyendo y el nacionalismo, viajando». Hoy, camuflados bajo su nueva piel nacionalpopulista, captan adeptos entre quienes solo viajan por las redes sociales y leen los bulos que circulan por ellas y reafirman su ideario. Trump ha marcado el camino del éxito por el que han transitado el italiano Salvini o el brasileño Bolsonaro. Abascal sigue sus pasos.
Hasta ayer, como quien dice, Vox eran cuatro gatos pardos. Pero las últimas encuestas le otorgan al menos un escaño en el Congreso. Su ascenso ha coincido con el ‘procés’, el auge del feminismo y el aumento (más mediático que significativo) de la llegada de inmigrantes a las costas españolas. Independentistas, feministas y simpapeles son sus bestias negras y hacia ellas apuntan sus baterías de medidas reaccionarias.
Con todo, lo más grave no es su crecimiento en los sondeos, sino que ello ha acelerado el giro a la derecha del PP y Ciudadanos al objeto de evitar una sangría de votos por su diestra. La «derechita cobarde» y «la veleta naranja», como las llama Abascal, han comprado y colocado en el escaparate mediático el cuento de la criada que vende Vox. «Casado legitima nuestro discurso», asegura su caudillo. Y así es cuando el líder popular admite que comparte «muchas ideas» con Vox y que tiene «una excelente relación» con Abascal.