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Abanderados del odio

Me asusta el linchamiento y el boicot que sufre Dani Mateo a causa de un ‘sketch’ de ‘El Intermedio’ en el que se suena la nariz con una bandera de España. Un gamberrada propia de un mocoso que le está saliendo cara, literalmente, pues varias marcas comerciales han rescindido sus contratos publicitarios con el humorista catalán y un teatro, el Olympia de Valencia, ha cancelado su actuación por las numerosas amenazas recibidas.

El Olympia anunció la cancelación por «causas ajenas al teatro» en un escueto comunicado colgado en su web que cierra con una cita de Karl Popper, autor de ‘La sociedad abierta y sus enemigos’: «En nombre de la tolerancia, tendríamos que reivindicar el derecho a no tolerar a los intolerantes». Lo preocupante es que no solo estamos tolerando a los intolerantes, sino que estamos dejando que estos abanderados del odio impongan su intolerancia. El caso de Dani Mateo es un síntoma de que la fiebre nacionalista, además de en Cataluña, sube peligrosamente en el resto de España, lo que explica el ascenso de Vox en las encuestas. Los nacionalismos se retroalimentan. Así, el español crece de forma directamente proporcional al catalán, y viceversa. Y la víctima es la democracia, que claudica ante la patria. Y ya advirtió Samuel Johnson que «el patriotismo es el último refugio de los canallas».

La gracia de un chiste es discutible, pero no lo es el respeto a la libertad de expresión, incluso cuando su ejercicio ofende a alguien, sea el Rey o Irene Montero. Sin ella, no hay democracia. Por tanto, cuando se restringe la primera, se restringe la segunda. Sin embargo, hemos llegado a tal grado de paranoia nacionalista que hemos sacralizado los símbolos nacionales anteponiéndolos a derechos fundamentales como la libertad de expresión.

No me avergüenzo de ser español, pero tampoco me siento parte de una unidad de destino en lo universal. Con José Álvarez Junco, «ver disolverse a la España en que nací en una Unión Ibérica o en una Federación Europea no me haría derramar ninguna lágrima, sino todo lo contrario». Como sostiene dicho historiador español, España, Cataluña y todas las naciones son «inventos» que no existirán dentro de 3.000 años, «construcciones históricas, de naturaleza contingente».

El autor de ‘Dioses útiles’ abre este libro con una cita de su colega Edward Gibbon que dice: «Las diversas religiones que existían en Roma eran todas consideradas por el pueblo como igualmente verdaderas, por el filósofo como igualmente falsas y por el político como igualmente útiles». Álvarez Junco asimila los nacionalismos a las religiones porque los considera «sistemas de creencias y de adhesión emocional que surten efectos políticos de los que se benefician ciertas élites». Por tanto, las naciones son dioses útiles pero solo para unos pocos. Además, advierte que «es difícil crear un nacionalismo sin enemigo». En consecuencia, dada la naturaleza oligárquica y frentista de los nacionalismos, no son útiles para construir y sostener una democracia. Necesitamos otros dioses y símbolos sagrados con los que nos identifiquemos todos los ciudadanos y esos son los derechos y libertades consagrados en la Constitución. Es decir, como aconseja Álvarez Junco, tenemos que partir de lo que el filósofo Jürgen Habermas llamó patriotismo constitucional, porque «se trata de una identidad a la que cualquiera se puede incorporar porque consiste tan solo en respetar las leyes: todos tenemos los mismos derechos y da igual tu lengua, tus parentescos, tu religión».

(Publicado por el diario HOY el 11 de noviembre de 2018)

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