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Vox como síntoma

Spain's far-right VOX party leader Santiago Abascal speaks during a news conference following the Andalusian regional elections n Seville, Spain December 3, 2018. REUTERS/Jon Nazca/

España ya no es inmune a la invasión de los ultras. Franco aún no ha salido del Valle de los Caídos, pero la extrema derecha ha salido de su letargo. Ahora viste la camisa nueva bordada en rojo ayer del nacionalpopulismo que infesta las dos orillas del Atlántico. Envuelta en la bandera rojigualda, ha iniciado su «reconquista» en Andalucía y su objetivo declarado es liquidar el Estado de las Autonomías justo cuando la Constitución que lo creó ha entrado en la crisis de los 40.

¿Mas de verdad hay 400.000 andaluces fachas de repente? Desde la izquierda se responde que sí, pero estaban integrados en el PP. Desde la derecha se replica que es la consecuencia de que Pedro Sánchez pactara con «los que quieren romper España», los «filoetarras» y los «comunistas chavistas». Me temo que la verdadera respuesta es más compleja. Lo ha diagnosticado acertadamente Íñigo Errejón: «Vox es un síntoma pero no es el mal. No hay 400.000 andaluces fascistas en Andalucía». A su juicio, «el problema es que la gente que quiere justicia social, orden y protección está huérfana. A esa gente hay que dirigirse».

Y a esa gente se dirigió Podemos en sus inicios con éxito. Pero cuando decidió dejar de ser transversal para acomodarse a la izquierda del PSOE y empezó a coquetear con los independentistas catalanes y vascos, comenzó a perder simpatizantes que le llegaron por la diestra. Su domesticación tras su paso por las instituciones y sus guerras internas también han contribuido a desilusionar y desmovilizar a una parte creciente de sus votantes iniciales.

Y a esa gente desheredada y cabreada con los partidos de siempre y decepcionada con los nuevos se dirige ahora Vox siguiendo la estrategia de Trump, Bolsonaro y ultras europeos como su principal valedora, la francesa Marine Le Pen. «Es en el mundo del polígono donde más está calando nuestro mensaje», explica a ‘El País’ la presidenta de Vox en Madrid, Rocío Monasterio. Según su líder, Santiago Abascal, el 40% de los votos que recibe Vox procede del PP, un 20-30% de Ciudadanos, un 10-15% de la izquierda y en torno al 30% de jóvenes y abstencionistas.

Por tanto, Vox se nutre de antiguos votantes populares con altos ingresos, pero también del voto bronca obrero que antes monopolizaba Podemos. Y Abascal y compañía saben que ahí es donde tienen su principal nicho de mercado. «Nos hemos dado cuenta de que es más fácil crecer entre las clases humildes que en el barrio (madrileño) de Salamanca», admiten. Y a ellos envían sus posverdades vía Facebook o WhatsApp, donde se vuelven virales.

Hoy en día votar a Vox es la reacción instintiva del airado con el sistema, del que se siente perdido y perdedor y ha encontrado en ese partido las soluciones que otros no le ofrecen, aunque sean falaces y se basen en la añoranza de un pasado mitificado y mixtificado. Es lo que el historiador estadounidense Timothy Snyder llama la ‘política de la eternidad’. Es decir, la extrema derecha trata de llevarnos a los electores a ese pasado y en culpar a otros (inmigrantes, independentistas, feministas…) de haber acabado con él y así nos desvía de los problemas actuales. Para Snyder lo crucial para combatirla es crear una visión de futuro que elimine la ansiedad de la gente. O como dice Errejón: «Tenemos que ser capaces de ofrecerles certezas. Donde hacemos eso no anida el miedo». Y Averroes, un filósofo y médico andalusí y musulmán, advertía: «La ignorancia lleva al miedo, el miedo lleva al odio, el odio lleva a la violencia. He aquí la ecuación».

(Publicado en el diario HOY el 9 de diciembre de 2018)

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