En estas fechas, el corazón se nos ablanda y la mano se nos abre más de lo habitual. Y paz y amor son palabras que repetimos como un mantra hasta desgastarlas. No obstante, hay un puñado de recalcitrantes con ínfulas de salvapatrias que no dan agua ni tregua al enemigo ni en Navidades.
Son sembradores de cizaña, creadores de sombras, mensajeros del miedo, incendiarios sin escrúpulos, aventadores de odios, practicantes de la sinrazón pura, oscuros iluminados, aldeanos miopes que no ven más allá de los muros que levantan, orquestadores de fanfarrias, sentadores de cátedra, jueces de la horca, profetas de la posverdad, inquisidores generales, canallas que esconden sus vergüenzas tras una bandera manchada de sangre, cortadores de lazos, monologuistas sin gracia para los que el diálogo es una vía muerta y al enemigo no se le convence, se le vence.
Son como el cura y el maestro de ‘La Mamá Noel’, un cuento de Navidad escrito por el francés Michel Tournier incluido en su libro ‘El urogallo’. Este fabuloso relato cuenta que desde hacía ya muchos lustros la aldea de Pouldreuzic se hallaba desgarrada por el enfrentamiento entre los clericales y los radicales, entre la escuela libre de los Hermanos y la comunidad laica, entre el cura y el maestro. Las hostilidades llegaban a adquirir tonalidades legendarias cuando se acercaban las fiestas de fin de año. Por razones prácticas se celebraba la Misa de Gallo el día 24 de diciembre a las seis de la tarde. Y a esa misma hora el maestro, disfrazado de Papá Noel, distribuía juguetes a los niños de la escuela laica. De esta forma el Papá Noel se convertía en un héroe pagano, radical y anticlerical al que el cura contraponía el Niño Jesús de su Belén viviente del mismo modo que se arroja un chorro de agua bendita a la cara del diablo.
Entonces el maestro se jubiló y fue sustituido por una maestra que no era de aquella región. La señora Oiselin, madre de dos niños –el más pequeño de solo tres meses de edad–, estaba divorciada y eso era como un estandarte de fidelidad laica. Pero el partido clerical triunfó desde el primer domingo cuando la vieron haciendo una ostentosa entrada en la iglesia. Mas la sorpresa fue aún mayor cuando la señora Oiselin anunció a sus alumnos que Papá Noel distribuiría sus regalos a la hora habitual. Y la sorpresa llegó al colmo cuando se supo que prestaba su bebé al cura para que hiciera de Niño Jesús en su Belén viviente.
Al comienzo todo marchó bien. El pequeño dormía cuando los fieles desfilaron ante el portal. Pero se puso a berrear en el mismo momento en que el cura subía al púlpito. La muchachita que hacía de Virgen María lo acunó contra su escuálido pechito, pero todo fue en vano. El chiquillo, rojo de ira, pataleando y moviendo los brazos, hacía retumbar las bóvedas de la iglesia con sus furiosos alaridos y el cura no podía lograr que se oyera una sola de sus palabras.
Por fin llamó a uno de los monaguillos y le dio un recado al oído. Unos minutos después, la mitad clerical de la aldea tuvo una visión inaudita para el país de la mojigatería. Pudo verse al mismísimo Papá Noel irrumpir en la iglesia. Con grandes pasos se dirigió hacia el portal. Luego apartó su gran barba de algodón blanco, se desabrochó su casaca roja y tendió un generoso seno al Niño Jesús, que se calmó al instante.
He aquí un bello ejemplo de síntesis, de armonía, de reconciliación de los opuestos que espero que sirva de moraleja para los oportunistas dinamiteros de puentes que tachan de traidores a sus constructores.
(Publicado en el diario HOY el 23 de diciembre de 2018)