La guerra de los taxistas contra las empresas de VTC (vehículos de alquiler con conductor) no es un mero conflicto sectorial; es un síntoma de la creciente uberización del empleo, es decir, de la flexibilización, atomización y precarización del mercado laboral. Un proceso económico viral que se está propagando de forma tan acelerada como inexorable por todo el sector servicios, que en España emplea a ocho de cada diez trabajadores.
Según la Fundéu, la ‘uberización’ –sustantivo formado a partir del nombre de la multinacional Uber– hace referencia a las cada vez más numerosas plataformas de (la mal llamada) economía colaborativa en las que, gracias a internet y las nuevas tecnologías, unas personas ponen a disposición de otras, sin necesidad de intermediarios, diversos bienes y servicios: una casa o habitación en alquiler, un trayecto compartido o un coche.
Toda revolución tecnológica conlleva la eliminación de puestos de trabajo que dejan de ser necesarios. Por tanto, la guerra neoludita de los taxistas contra los VTC es una guerra perdida. Lo mismo que los taxis acabaron con los coches de caballos, los VTC están acabando con los taxis y los coches autónomos sin conductor acabarán con los VTC.
Sin embargo, la uberización está, además, precarizando el nuevo empleo que se crea y transformando las relaciones laborales y, por consiguiente, sociales.
Uber no cuenta con coches propios ni con conductores en plantilla, sino que trabaja con autónomos o en colaboración con otras compañías de VTC. Dichos conductores suelen tener mucha flexibilidad horaria y bajos sueldos. Condiciones similares tienen los repartidores de Glovo. Como el salario de estos trabajos no basta para subsistir, sus trabajadores suelen estar pluriempleados. Y eso será lo habitual, como explica Andrés Pérez Ortega, consultor en estrategia personal, al diario ‘Expansión’: «No sólo vamos a tener varios trabajos en nuestra vida sino a lo largo del día. (…) Tendremos unos ingresos fijos o semifijos, pero estaremos obligados a encontrar formas alternativas de generación de ingresos para suplir las carencias o cubrir los periodos de desempleo. Pequeños trabajos virtuales».
La última Encuesta de Población Activa (EPA) confirma esa tendencia. España creó el año pasado 566.200 empleos, la cifra más alta en 12 años, pero buena parte de baja calidad. La tasa de temporalidad (26,9%) no cesa de crecer, así como los trabajos a tiempo parcial. De los 19,5 millones de ocupados, 2,9 millones tienen un contrato de este tipo y, de ellos, 1,53 millones son subempleados (trabajan a media jornada porque no han encontrado un empleo a tiempo completo).
La consecuencia es que se está conformando lo que Guy Standing llama ‘precariado’. Según este economista británico, esta nueva clase social se caracteriza por que sus miembros se han visto forzados a aceptar la inseguridad en el trabajo y, a diferencia del antiguo proletariado, no se les explota solo en el trabajo sino también fuera de él.
Es más, muchos se ven forzados a hacerse autónomos y, por tanto, se autoexplotan. Como explica el filósofo surcoreano Byung-Chul Han, el neoliberalismo convierte al trabajador oprimido en empresario de sí mismo. Cada uno es amo y esclavo en una persona. Por ende, la lucha de clases se convierte en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo y no a la sociedad. Y así es como la uberización impide la revolución.