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Descerebrados

El mundo está loco. Las enfermedades de las sociedades opulentas del siglo XXI no son el cáncer ni las cardiopatías sino las psicopatías. Así lo han diagnosticado filósofos como el surcoreano Byung-Chul Han o el italiano Franco ‘Bifo’ Berardi.

Este mundo en el que aparentemente lo tenemos todo al alcance de un clic se ha convertido en ‘La fábrica de la infelicidad’ que da título a uno de los ensayos de Berardi. Este indaga en sus libros cómo el cerebro humano está mutando debido a los dispositivos tecnológicos, que «se han convertido en una prótesis de nuestros cuerpos y en una herramienta de relación permanente con el mundo, devaluando así nuestra experiencia directa e inmediata de la realidad, afectando a las emociones, el psiquismo, la percepción y la relación con el otro». Ya somos incapaces de ver el mundo si no es a través de una pantalla (móvil, ordenador, tableta, televisión…). Pero el problema, advierte Berardi, es cómo la pantalla se ha apoderado del cerebro. Ahora, los individuos se mueven por estímulos de todo tipo (‘tormentas de mierda’, las llama) que reciben vía redes sociales o internet a una velocidad tan vertiginosa que no les da tiempo a escuchar y reflexionar. Por ende, como explica el pensador boloñés en una entrevista con ‘El País’, la capacidad crítica que tenía la humanidad en la época de la imprenta se está perdiendo.

Según el economista Christian Marazzi, las últimas generaciones padecen una forma de dislexia: son incapaces de leer una página desde el principio hasta el fin y de mantener la atención concentrada en el mismo objeto durante mucho tiempo. No tenemos ya tiempo ni para el amor, la ternura, la naturaleza, el placer y la compasión. Nos dedicamos solo a correr y competir con otros trabajadores. El mundo neoliberal se mueve a un ritmo infernal y eso no hay mente humana que lo aguante, al menos sin ayuda farmacológica. Por ende, crece el deseo de matar y de morir: la depresión, la ansiedad, las crisis de pánico o el síndrome del trabajador quemado (‘burnout’) se propagan como una epidemia por todo el cuerpo social. Y en la misma medida se difunden las drogas, legales e ilegales.

La velocidad de la información y comunicación no permite que el cerebro pueda discernir entre lo bueno y lo malo, lo verdadero y lo falso. De ahí el éxito viral de los bulos y el irracionalismo nacionalpopulista. La consecuencia está a la vista: decisiones económicas y políticas miopes, que no responden a una estrategia racional a largo plazo sino tan solo al interés inmediato, a un impulso. Ello mata la democracia. Es más, para Berardi, ya está muerta, porque la democracia es la posibilidad de discutirlo todo, no hay verdad, pues la verdad es fruto del diálogo. Y si con la democracia no podemos cambiar nada sin diálogo, salimos a la calle y montamos un pollo para imponer nuestra (pos)verdad. «No es fascismo, es locura, la sinrazón», sentencia Berardi. ¿Pero acaso el fascismo no es sino eso?

La locura del actual movimiento nacionalpopulista responde a un sentimiento de humillación (más percibido que real en muchos casos, como el catalán o el británico con el ‘brexit’) que produce deseos de venganza, incluso de matarse a sí mismo. Y el vengativo y el suicida no atienden a razones, lo único que buscan es humillar a los que le humillan. Para Berardi, Trump es el máximo humillador de humilladores. La demencia ha alcanzado así la cabeza del imperio. «Tal vez –avisa el profesor italiano en ‘La fábrica de la infelicidad’– estemos a punto de entrar en una fase de descomposición acelerada de todo orden y toda racionalidad. Y el Imperio que emergerá será el Imperio del Caos».

(Publicado en el diario HOY el 24 de febrero de 2019)

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