El término fue acuñado en 1993 por la historiadora de la ciencia Margaret W. Rossiter en honor de Matilda J. Gage, abolicionista y sufragista neoyorquina que a finales del siglo XIX denunció la invisibilización de las mujeres y sus méritos en la ciencia y otros contextos. Deriva del efecto Mateo, popularizado por el sociólogo Robert K. Merton. Por este efecto, los investigadores reputados concentran cada vez más recursos, premios, publicaciones y, por ende, crédito que los primerizos y desconocidos, incluso si su trabajo es compartido o similar. Sin embargo, Rossiter sostiene que las mujeres son más vulnerables a ese efecto por ser mujeres. Y pone múltiples ejemplos: Trotula de Salerno, Marie Curie, Lise Meitner, Rosalind Franklin, Jocelyn Bell Burnell…
Ilustrativo es el caso de Ben Barres, un neurobiólogo transexual que nació en 1954 llamándose Barbara y decidió cambiar de sexo en 1997. Barres sufrió la discriminación como mujer y denunció que sus obras científicas se percibieron de manera diferente según el género bajo el cual las publicó, hasta tal punto de que en una ocasión, tras impartir su primera charla como hombre, escuchó a un compañero: «Ben ha dado hoy un gran seminario, su trabajo es mucho mejor que el de su hermana». Su colega no sabía que Ben y Barbara eran la misma persona.
Con todo, Salas percibe que «ahora hay muchas más mujeres que antes en nuestros laboratorios». No obstante, advirtió que aún hay muchas que abandonan su carrera cuando tienen hijos. Razón por la que cree importante apoyarlas cuando son madres y que los hombres se involucren en la paternidad, «que hay que estar al 50%». Un paso clave en este sentido es la equiparación progresiva de los permisos de maternidad y paternidad recién aprobada por el Gobierno, pues mientras ser padre y ser madre no implique laboralmente lo mismo, las empresas seguirán penalizando la maternidad.
También es esencial, como recalcó el rector de la UEx, Antonio Hidalgo, en el acto al que asistió Salas, «romper los estereotipos y roles de género en las etapas educativas más tempranas» para «no condicionar» las decisiones de las futuras universitarias. Las niñas se creen menos brillantes que los niños desde los seis años, según un estudio publicado en ‘Science’, y aún las féminas son minoritarias en carreras como las ingenierías. Es en buena parte consecuencia de esos estereotipos y roles que aún inculcamos a los niños desde la cuna: a ellas las vestimos de rosa y a ellos de azul; ellas juegan con muñecas y casitas y ellos con coches y pelotas; a ellas les leemos cuentos de princesas y a ellos de héroes matadragones.
Por tanto, hasta que no se consiga la igualdad de género real, será necesario celebrar el 8M. Como dijo Salas, ojalá en un futuro «no demasiado lejano» deje de ser necesario «porque ya la mujer ocupe en la sociedad el puesto equiparable al que ocupan los hombres».
(Publicado en el diario HOY el 3 de marzo de 2019)