Pedro Sánchez se disfrazó de Errejón para recuperar el cetro del PSOE, tras aquellos fatídicos idus de octubre en los que sus barones aplicaron la ley de hierro de la oligarquía. Un año después de su prometeica victoria en las primarias, ya rota la ola de entusiasmo que levantó, le cayó del cielo una oportunidad de oro para desbancar a Rajoy: la sentencia del caso Gürtel. Y no la desaprovechó.
Ahora que ya luce el anillo de poder, el camaleónico Sánchez se ha trajeado de Emmanuel Macron, el centrista presidente francés, y se ha perfumado con la seductora fragancia del liberal Justin Trudeau, primer ministro canadiense, para conservar La Moncloa. El flamante jefe del Ejecutivo español prevé convocar elecciones antes de que venzan los dos años de legislatura que quedan y sabe que para ganarlas tiene que reconquistar al electorado de centro atraído por los cantos de sirena naranjas. De ahí que su primer acto de esta larga campaña electoral haya sido armar un ‘dream team’ envidiado en secreto por Ciudadanos, un «Consejo de Ministras y Ministros feminista, europeísta y progresista». Con este movimiento diestro, Sánchez ha robado el personaje y el protagonismo a Albert Rivera, quien se las prometía felices hasta la moción de censura, que lo ha dejado tan descolocado como al Partido Popular.
No obstante, dada su extrema debilidad parlamentaria, como le recuerda un día sí y otro también un febril Pablo Iglesias, no ha olvidado quiénes le ascendieron al cielo monclovita y ha hecho guiños a los independentistas catalanes, como el levantamiento del control a priori de las cuentas de la Generalitat, y a Podemos, como el anuncio de que cambiará «ya» los aspectos «más negativos» de la reforma laboral.
Hasta el momento, está actuando con astucia, aunque, al parecer, el mérito no es solo suyo. Según los mentideros políticos, detrás de sus últimas jugadas ganadoras está la mano de Iván Redondo, quien ya fuera eminencia gris del popular José Antonio Monago. A Redondo se le culpa casi a partes iguales de que, con sus ideas de bombero, Monago se hiciera en 2011 con la presidencia de Extremadura, un bastión socialista hasta entonces inexpugnable para el PP, y la perdiera cuatro años después.
Redondo no hizo amigos en el socialismo extremeño, que lo tiene por poco menos que un oportunista charlatán de feria vendedor de crecepelos. Aun así, Sánchez, como Monago, lo tiene por un gurú y lo ha convertido en su jefe de Gabinete, la lengua de serpiente que susurra al oído del presidente. Sin embargo, el líder socialista debería andarse con cuidado con este declarado apasionado del ajedrez que es más un artero jugador de partidas rápidas que un gran maestro, más táctico que estratégico, un pirotécnico hábil en obtener resultados súbitos pero no en mantenerlos, un ilusionista especialista en convertir la política en un ‘reality show’.
Con todo, a este Chicote del marketing político hay que reconocerle olfato para percibir tendencias en momentos de hartazgo social. Y ahora lo que triunfa es todo lo que huele a Macron y su ideología coloidal, porque su aroma es agradable, aunque quizás no nos lo resultara tanto si supiéramos cómo cocina sus recetas.
De hecho, el mandatario galo ha hecho suya una expresión maquiavélica atribuida al canciller alemán Bismarck: «Si explicásemos a la gente la receta de las salchichas, no es seguro que siguiesen comiéndolas». Es decir, importa el qué, no el cómo. O lo que es lo mismo: el fin justifica los medios.
Redondo es de la misma escuela culinaria. Por eso, no le gustan los pinches de la prensa que desvelan las veces que nos da gato por liebre.
(Publicado en el diario HOY el 10 de junio de 2018)