El 21 de julio, Pablo Casado se impuso a Soraya Sáenz de Santamaría y se hizo con la presidencia del PP. O lo que es lo mismo pero no es igual: Aznar ganó a Rajoy. Entre la razón práctica de Sáenz de Santamaría, la versión 2.0 del marianismo, y la razón pura de Casado, la versión remasterizada del aznarismo, los populares han optado por la segunda para reorientar el partido hacia el camino de vuelta a sus orígenes.
Y es que Casado es la elección en diferido del dedazo de Aznar, tras salirle rana el ahijado de Fraga. La prueba es que no tardó ni tres días en visitar a Casado a Génova 13, que no pisaba desde hacía más de dos años y medio, para darle su bendición. De hecho, en 2015, Aznar llegó a predecir: «Si alguna vez me tiene que renovar alguien, que me renueve Casado, que es un tío fantástico».
El nuevo líder de los populares es un producto de diseño del laboratorio del doctor Aznar, FAES. Entre 2009 y 2012 ejerció como mancebo del expresidente, quien desde la mentada fundación no ha dejado de afear a su otrora delfín y hoy enemigo íntimo, Rajoy, que se hubiera apartado de la senda derecha.
En su primer discurso como timonel popular, Casado recuperó el rumbo a estribor, ondeó la tricolor conservadora (patria, familia y vida) y dejó claro que «el PP ha vuelto», el PP fetén, el de Aznar, claro, no el del «maricomplejines» de Mariano, que diría el radiopredicador Federico Jiménez Losantos, a quien Manuel Vázquez Montalbán definía como «curiosa síntesis de Hayek y Ramiro de Maeztu».
Por si quedaran dudas, desde que se sentó en el trono de Génova, Casado ha recuperado un discurso nacionalcatolicista camuflado de nacionalconstitucionalista, ora reclamando una regresión a la ley del aborto de 1985, ora exigiendo a Pedro Sánchez más mano dura con los independentistas catalanes, ora esgrimiendo una diatriba migratoria que aplaudiría Matteo Salvini.
Con Casado, por tanto, regresa la aznaridad, termino que acuñó el padre de Pepe Carvalho. El escritor barcelonés, que veía a Aznar más cercano a la Falange que al Opus Dei, advertía que la aznaridad es «cejijunta y plana» y que «la dinastía Aznar ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma y se adapta a las circunstancias con una sabiduría rigurosamente posmoderna, ecléctica en suma». Eso sí, «no muy experimentado en el pensamiento, o al menos no se le conoce ninguno que merezca pasar como novedad a la historia del pensamiento político español, Aznar puede presidir la FAES y convertirse en el Pepito Grillo o el Aristóteles del centro derecha español».
Sin embargo, Aznar, como decía el político y poeta socialista Pedro de Silva, «debía salir de la cárcel de sus gestos». Y lo ha hecho encarnándose en Casado, un Aznar apuesto y hasta simpático capaz de competir por el voto de la «España de los balcones» con Albert Rivera, que se declara de centro, pero el centro, según Vázquez Montalbán, «es la derecha por otros procedimientos y disfrazada con una máscara incolora, inodora e insípida».
No obstante, bien haría el nuevo caudillo de los populares patrios en emular más a Angela Merkel, enfrentada al ala más derechista y xenófoba de su coalición, que a Salvini, pues, como advierte el comisario europeo de Migración, Dimitris Avramopoulos, en una entrevista con ‘El País’, «al populismo hay que combatirlo, no imitarlo», porque «si seguimos a los populistas, si adoptamos su lenguaje, los ciudadanos terminarán votando por la versión original».
(Publicado en el diario HOY el 5 de agosto de 2018)