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Somos responsables

African immigrants wait in a row as they enter the immigrant center CETI in the Spanish enclave Ceuta, after some 200 refugees crossed the border fence between Morocco and Ceuta August 22, 2018. REUTERS/Fabian Bimmer/

Se da la paradoja de que nos sentimos cada vez más aislados y solos en un mundo cada vez más globalizado e hipercomunicado. A ello contribuyen las redes sociales, los ‘reality shows’, la televisión a la carta y los libros de autoayuda. En todo esto buscamos aquello que reafirma nuestra autonomía, nuestras ideas, nuestra cosmovisión, nuestra identidad. Por ende, rechazamos a todos los que nos ponen en duda, disienten, no dan al ‘me gusta’. A estos los bloqueamos o dejamos de seguir en Facebook o Twitter. Estas, más que ventanas indiscretas, son espejos que rebotan la propia imagen en cuya ensimismada contemplación nos acabamos ahogando cual Narciso. Además, licuan nuestras relaciones sociales, porque diluyen el rostro del otro, lo alejan de nosotros y, en consecuencia, nos distancian moralmente de él y nos vuelven egocéntricos.

El selfi es una clara expresión de este narcisismo y egotismo. Y los programas de telerrealidad son un reflejo esperpéntico de este mundo que enaltece al Yo sobre el Otro, que promueve la competitividad y el individualismo disfrazándolos de libertad. ‘Gran Hermano’ o ‘Supervivientes’ siguen un modelo darwiniano: incentivan la competición entre un grupo variopinto de personas hasta que solo quede una, la más resiliente. Los concursantes pueden crear alianzas, pero son relaciones de conveniencia, interesadas, instrumentales, en las que los otros son un medio, no un fin, porque al final solo puede ganar uno. Como en la vida misma.

De resultas, estamos creando una sociedad de idiotas, en el sentido etimológico del término: en la Grecia antigua el idiota era aquel que se preocupaba solo de sí mismo, de sus intereses particulares, sin prestar atención a los asuntos públicos, como debía hacer todo buen ciudadano.

No obstante, se da otra paradoja: la búsqueda de lo igual a nosotros, de lo que refuerza nuestras creencias conduce al gregarismo. El nacionalismo y el populismo (y su híbrido) son manifestaciones en auge de ese gregarismo. Son religiones políticas segregadoras, dividen a la sociedad en dos frentes irreconciliables y marginan, cuando no eliminan, al distinto, al que no es «uno de los nuestros».

Para filósofos como Emmanuel Lévinas, el «estar con otros» supone un encuentro entre personas diversas que se sienten corresponsables, sin exigencia de reciprocidad. Requiere salir de la seguridad que nos proporcionan nuestros semejantes para abordar un diálogo con los otros justamente porque son diferentes. Los inmigrantes que arriban a nuestras costas o saltan nuestras vallas nos están obligando a salir de esa seguridad, de nuestro ensimismamiento. Sus rostros, vistos en los diarios o telediarios, nos interpelan para asumir nuestra responsabilidad moral para con ellos. Para Lévinas, ese rostro que me mira me impone una actitud ética, se trata del pobre por el cual yo puedo y debo todo.

El pensador lituano-francés admite que aquel de quien soy responsable puede llegar a agredir a un tercero, quien también es mi otro. De ello surge la necesidad de una justicia y un Estado que nos defiendan. Mas, según Lévinas, somos humanos en tanto nos deshacemos de nuestra condición de ser, damos sin esperar recibir, hacemos algo por el otro con ‘des-inter-és’: «Soy yo en la sola medida en que soy responsable. Yo puedo sustituir a todos, pero nadie puede sustituirme a mí». Lévinas sintetiza esta idea en una frase que Dostoievski escribe en ‘Los hermanos Karamázov’: «Todos somos responsables de todo y de todos ante todos, y yo más que todos los otros».

(Publicado en el diario HOY el 26 de agosto de 2018)

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