De cumbres como la de Río+20 solo se podía esperar lo de siempre: mucho ruido y pocas nueces. Y así ha sido: nada bajo el sol en esta nueva Conferencia de la ONU sobre Desarrollo Sostenible, solo humo, y del malo. De la ilusión y expectativas generadas por la primera, la Cumbre de la Tierra de Río en 1992, poco queda. Y menos aún en estos tiempos de crisis, la gran coartada de las grandes potencias para dejar de pensar en verde, pese a que está en juego algo aún más capital que el capitalismo e, incluso, que el Estado de bienestar: la supervivencia del planeta. Un reflejo de que la cumbre les importaba un pepino a los dueños del mundo es que no asistieron ni el estadounidense Barack Obama, el presidente del país más contaminante del planeta, ni el británico David Cameron ni la alemana Angela Merkel. Sí estuvo para hacerse la foto el primer ministro de las islas Salomón, Mariano Rajoy.
En su discurso, Rajoy advirtió de que solo los proyectos medioambientales viables desde el punto de vista económico serán sostenibles y abogó por una «economía verde» que aúne la protección del medio ambiente y la generación de empleo. También defendió «un mayor peso de las energías renovables en el mix energético», cada vez más eficientes y baratas gracias a los avances tecnológicos. Muy bonito, señor Rajoy. Pero del dicho al hecho hay un trecho. Sus palabras no se corresponden con la suspensión de las primas a las renovables decretada por su Gabinete, para desgracia de una soleada y asolada región como Extremadura, que había puesto en la energía fotovoltaica grandes esperanzas de desarrollo.
Y el momento es propicio para cambiar de una vez el modelo energético español, pues supondría para las maltrechas arcas públicas un considerable ahorro. En 2011, la factura energética española superó los 50.000 millones de euros (el total de lo que España ingresa al año por turismo, el gasto anual en educación, casi el total del gasto anual en sanidad y la mitad del gasto anual dedicado al pago de las pensiones). España importa un 75% de la energía que consume, principalmente hidrocarburos. De hecho, compra en el exterior casi el 100% del petróleo y del gas natural que demanda, lo que le hace depender de los países productores –en su mayoría, política y socialmente inestables y en manos de sátrapas, reyezuelos o tiranos Banderas–. También le hace estar al albur de los fluctuantes precios del crudo: por cada diez dólares que sube el precio del barril la factura energética anual española aumenta en 6.000 millones de dólares.
Lo sensato y económico, por tanto, sería apostar por recursos energéticos propios, como el sol y el viento, que nos sobran, y, además, son gratis. También tenemos aún carbón en abundancia, pero es demasiado contaminante y nos resulta más barato importarlo que extraerlo aquí. No obstante, todavía hay 4.000 familias que comen gracias a este mineral y el Gobierno no puede dejarlas con una mano delante y otra detrás recortando en 200 millones, en un 63%, las ayudas que recibe el sector. Debe apoyar su reconversión y buscarle a los mineros de Asturias, León y Teruel una actividad alternativa con la que ganarse el pan negro de cada día. Pero ya sabemos que para Rajoy lo primero es lo primero: salvar la banca.
(Publicado en el diario HOY el 24/6/2012)