Sostiene Mariano Rajoy que ni su partido ni su Gobierno tienen nada de qué «avergonzarse», porque no están «defendiendo los intereses particulares de nadie», sino que están trabajando en beneficio de todos los españoles. Qué vergüenza pueden tener quienes hace tiempo que la perdieron y están dispuestos a lo que sea para mantenerse en el poder, incluso a mentir descarada y reiteradamente y a vender su alma al diablo, adopte la forma de comunistas, Shylock, el usurero de ‘El mercader de Venecia’, o Sheldon Adelson, el magnate sin escrúpulos del juego que promueve Eurovegas.
Rajoy y el PP han llevado al paroxismo la máxima maquiavélica del fin justifica los medios. Su modelo es el chino: todo vale para, supuestamente, reactivar la economía y crear empleo. Si hay que rescatar bancos al precio de subir impuestos a las clases medias y bajas y dar hachazos al Estado de bienestar, se hace; si hay que perdonar las deudas a los defraudadores, se les perdona; si hay que cambiar la legislación fiscal y la antitabaco para convertir Madrid en un «puticlub», como dice el expresidente Felipe González, se cambian; si hay que prolongar la vida útil de una central nuclear como la de Garoña poniendo en riesgo nuestra seguridad, se prolonga… Nuestros gerifaltes están reinstaurando el desarrollismo franquista: el objetivo es que la economía crezca a toda costa, incluso literalmente. Para muestra el anteproyecto de ley de costas aprobado por el Consejo de Ministros el pasado viernes 13, la misma terrorífica fecha en que dio el visto bueno al mayor recorte social de la democracia.
La mentada norma no desenladrillará nuestro enladrillado litoral –en el que, según Greenpeace, se ha perdido casi el 60% de los humedales costeros y el 70% de las lagunas costeras han desaparecido o han sido alteradas–; todo lo contrario, para regocijo de alemanes y británicos con apartamento en primera línea de playa. Prorroga de 30 a 75 años la concesión a sus antiguos dueños de los edificios construidos en zonas playeras antes de que fueran declaradas protegidas y de dominio público por la ley de costas de 1988. Además, se amnistía a diez centros urbanos ubicados dentro de la zona de dominio público; es decir, la ley no se aplicará en ellos –a este paso, con tanta amnistía, la excepción será la norma en este país de pícaros–. Asimismo, las zonas de servidumbre en las rías se reducen de 100 a 20 metros. La nueva ley también favorece la implantación de chiringuitos, ampliando de un año a cuatro la concesión y permitiendo su compraventa. Todo, según el Ejecutivo, para reactivar la actividad económica en esas zonas turísticas y dar mayor seguridad jurídica a los guiris con casa en la playa. O sea, volvemos a encomendar nuestra recuperación al ladrillo, al sol y la playa; es decir, al modelo productivo depredador que nos ha arrastrado a esta crisis y ha agravado sus consecuencias, al estar basado en mano de obra poco cualificada y temporal, ahora carne de paro.
Como dejó escrito Julio Cortázar, «no le pido heroísmo a nadie, empezando por mí mismo, pero hay límites para ciertas indecencias».
(Publicado en el diario HOY el 22/7/2012)