España no es Grecia, pero comienza a ponérsele la misma cara lívida. Como a Grecia, la Santísima Trinidad neoliberal (FMI, BCE y Comisión Europea) le tiene cogido por el cogote, sigue apretándole y ya comienza a ahogar, con lo que es inevitable que empiece a convulsionarse y a patalear desesperada; es un acto reflejo, es el instinto de supervivencia.
Eso explica, aunque no justifica, que un grupo de sindicalistas andaluces, liderado por el alcalde de Marinaleda (Sevilla) y diputado autonómico de IU, Juan Manuel Sánchez Gordillo, asaltase a plena luz del día dos supermercados, llevándose sin pasar por caja alimentos básicos para repartirlos entre familias en situación de extrema necesidad. También explica, como en Grecia, el galopante desencanto o, más bien, cabreo de los ciudadanos con su clase política, con toda, aunque en especial con los dos grandes partidos, ante su ineficacia para sacarnos del atolladero y su connivencia con don Dinero. Así lo hace patente el barómetro de julio del CIS, que además refleja un auge del centralismo: en poco más de tres años se han casi duplicado los partidarios de un Estado con un Gobierno central y sin autonomías. Este es un caldo de cultivo fértil para salvapatrias de ultraderecha, pero también para nuevos Curro Jiménez que se toman la justicia por su mano, como el caudillo rojo de Marinaleda. Personajes como este siempre han gozado de gran simpatía popular en este país de espíritu ácrata y dado a reacciones ante las injusticias volcánicas o espasmódicas, más efectistas que eficaces. Pero, según el sociólogo Enrique Gil Calvo, en la era de las redes sociales, «para tener éxito convocando protestas y manifestaciones hay que hacerlo con mentalidad de ‘hacker’ creativo e innovador, escenificando para ello el más sorprendente repertorio de ‘performances’ no convencionales que se puedan escenificar ante las cámaras. Esta es la mejor y aún la única forma de sacudir a la vez tanto la pereza intelectual de los medios informativos como la propensión al escepticismo del escarmentado público español».
Sabedor de ello, Sánchez Gordillo, cual un artista del movimiento ‘pánico’ –fundado por Jodorowsky, Arrabal y Topor, al que sumaron al extremeño Diego Bardón y cuyo nombre se inspira en el del dios griego Pan, que se manifiesta a través del terror, el humor y la simultaneidad–, nos ha hecho una escena, una provocadora ‘performance’, para atraer la atención mediática sobre la precaria situación de «esos parados que dejó Zapatero» a los que el Gobierno del PP se resistía a prorrogar la limosna de 400 euros. Pero el fin no justifica los medios.
Dice Joaquín Estefanía en ‘La economía del miedo’ que si el primer objetivo de las autoridades fue que la crisis económica no deviniese en depresión, el segundo es eludir que se convierta en una crisis social y más tarde en política, como entre 1919 y 1939. La secuencia, entonces, fue la siguiente: estancamiento económico-desencanto social-irritación social-conflictos políticos-guerra. Como dice Estefanía, en el lustro que llevamos de Gran Recesión se han superado del todo las dos primeras etapas; la tercera –la irritación– aún no ha generado movilizaciones masivas sino estallidos parciales, como los actos «simbólicos» del 15M y de Sánchez Gordillo. Son avisos para nuestros capitanes de que, en pleno naufragio del Titanic, lo que urge no es salvar el banco, digo, el barco, sino a los pasajeros, empezando por los que ya se están ahogando, los de tercera clase. Si no, habrá rebelión a bordo.
(Publicado en el diario HOY el 12/8/2012)