Chipre, la Islandia del Mediterráneo, ha colapsado. Era una isla del tesoro donde los bucaneros del siglo XXI, sobre todos los venidos del frío ruso, blanqueaban sus botines y los enterraban a la espera de que se multiplicaran gracias a unos generosos intereses y un bajo impuesto de sociedades similar al de otra economía comunitaria quebrada, Irlanda. Sobre pies de papel moneda, se levantaba un gigantesco sistema bancario que llegó a ser ocho veces el PIB chipriota, como en Islandia e Irlanda. Y como en estas, ese gigante ha hecho crac víctima de la ‘hybris’ (la desmesura).
El colapso de Chipre es el colapso del capitalismo financiero que, libre de ataduras, ha campado a sus anchas durante tres décadas inflando de humo el globo hasta que ha estallado, con dos graves consecuencias: un insostenible endeudamiento y un aumento de las desigualdades sociales. Es también el colapso del modelo de construcción de la UE, una casa común que se empezó por el tejado (la unión monetaria) en vez de por los cimientos (una unión económica y fiscal, sin paraísos para ladrones de guante o cuello blanco y evasores de impuestos como Luxemburgo, Chipre o Gibraltar). De ahí que ese tejado esté sostenido por paredes de pladur apuntaladas por instituciones sin apenas peso, en lugar de por recios muros (una unión política) reforzados por un firme apoyo popular. Porque el déficit más preocupante de Europa no es el presupuestario, sino el democrático. La construcción europea se está llevando a cabo sin la ciudadanía: su participación se limita a elegir cada cuatro años una Eurocámara tan decorativa como las Cortes franquistas.
Los arquitectos técnicos de tan magna obra hacen oídos sordos a las demandas de los dueños de la casa (los ciudadanos); les preocupa más abaratar costes, para mantener su margen de beneficio, que construir un edificio de calidad, que no se caiga al primer soplo del lobo feroz de los mercados. Los ciudadanos sólo son tenidos en cuenta a la hora de pagar la factura, incluidos los daños y perjuicios causados por los pésimos materiales elegidos y la negligencia, cuando no corrupción, de los técnicos. Prueba de ello son los millones, a costa de los contribuyentes, inyectados en los quebrados bancos españoles. En Chipre están experimentando otra fórmula: hacer apoquinar a los grandes ahorradores. Y, ojo, han amenazado con aplicarla a otros socios en dificultades. Un peligroso mensaje del miedo que puede provocar un ‘coge el dinero y corre’ y tumbar el inestable chiringuito del euro.
Tomemos ejemplo de Islandia, que ha garantizado los depósitos de los ahorradores nacionales y ha dejado caer a los bancos insolventes, pagando los platos rotos sólo los los accionistas, los bonistas y los acreedores extranjeros. Es el precio de su codicia y de jugar a la ruleta. Porque cuando el negocio de un pequeño emprendedor se hunde, el Estado no lo rescata. De lo contrario, el incentivo a la gestión irregular y desmesurada (el riesgo moral) se dispara; porque si un empresario o banquero sabe que papá Estado le ayudará cuando tenga problemas, arriesgará más y será menos prudente. Es una máxima liberal que los liberales se pasan por el arco del triunfo cuando pueden. Pero si uno es liberal, lo es a las duras y las maduras; y si le llega la temida mota negra corsaria, que apechugue.
(Publicado en el diario HOY el 31/3/2013)