Desde la segunda mitad del siglo XIX, impera la teoría de la productividad marginal: quienes son más productivos y, por ende, contribuyen más a la sociedad reciben unos ingresos más altos. ¡Ja!, a la vista está que no, porque los mercados no son perfectos y los gobiernos no solo no han corregido sus fallos sino que los han agravado desregulando la economía y dando manga ancha a los especuladores. Los mejores científicos han percibido por su enorme aportación una recompensa muy, muy inferior a la obtenida por los banqueros por su avaricia, una de las causas de la crisis.
Según el número 4 de la revista ‘Alternativas económicas’, en 2012 ocho bancos españoles repartieron 650 millones de euros entre 850 directivos y el ejecutivo de banca mejor pagado del país, Alfredo Sáenz -consejero delegado del Santander hasta hace mes y medio, cuando se jubiló con 88 millones de pensión-, ganó 8,23 millones, cien veces más que el presidente del Gobierno o el equivalente a 329 maestros. Y entre 2007 y 2011, los beneficios de las entidades financieras que cotizan en el IBEX 35 cayeron el 43,6%, mientras que las retribuciones de sus consejeros y directivos crecieron el 17,2%, según un informe de CC OO.
En cambio, los sueldos de los curritos no dejan de menguar. En el primer trimestre del año el coste salarial por trabajador y mes cayó en España el 1,8% (5,7% en Extremadura) en relación al mismo trimestre de 2012, hasta 1.809,22 euros de media (1.459,47 en Extremadura), según datos del INE. Mientras, en el mismo periodo los excedentes empresariales aumentaron 2,6 puntos porcentuales, según UGT.
En teoría, una reducción de los costes laborales conlleva un aumento de la productividad. Pero un trabajador más contento es más productivo. Y como dice el nobel de Economía Joseph Stiglitz en ‘El precio de la desigualdad’, “aunque no siempre está claro lo que es justo, y el concepto de equidad de las personas puede estar sesgado en su propio interés, cuando los directivos argumentan que es necesario reducir los salarios o que tiene que haber despidos para que las grandes empresas puedan competir, pero al mismo tiempo esos directivos se aumentan sus sueldos, los trabajadores consideran, con toda la razón, que lo que está ocurriendo es injusto”. Eso, según Stiglitz, afecta a sus esfuerzos, a su lealtad a la empresa, a su disposición a invertir en el futuro de ella y a cooperar con los demás, porque las personas no son como las máquinas; tienen que estar motivadas para trabajar duro. El economista Alfred Marshall defendía en 1895 que “una mano de obra bien remunerada por lo general es eficiente y, por consiguiente, no es una mano de obra cara”. En este principio se basa la teoría de los salarios de eficiencia defendida por Stiglitz. Este advierte que el empobrecimiento ha supuesto para las clases medias y bajas multitud de motivos de angustia: ¿acabarán perdiendo su casa?; ¿podrán pagar la universidad a sus hijos?; ¿de qué vivirán cuando se jubilen? Cuanta más energía dedican a esas angustias, menos les quedan para rendir en el trabajo. En Rusia, en tiempos del comunismo, la sensación general entre el proletariado de que no era remunerado como merecía tuvo un importante papel en el hundimiento de su economía. Según un dicho popular ruso: “Ellos fingían que nos pagaban y nosotros fingíamos que trabajábamos”.
(Publicado en el diario HOY el 16/6/2013)