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Apartheid social

El jueves murió Nelson Mandela. Su muerte me sacudió como si fuera la de un ser querido. En realidad, lo es, porque es uno de mis referentes.

Madiba liberó a los sudafricanos negros del apartheid racial, de la supremacía de la minoría blanca, pero no del apartheid social, de la supremacía del rico (blanco) sobre el pobre (negro). Ese apartheid social impera en todo el planeta. Consiste en que el 1% más pudiente de la población se ha impuesto al 99% restante, instaurando de facto una plutocracia mundial. Y la crisis no ha hecho sino extenderlo como una marea negra incluso por países desarrollados como España, que avanzan a pasos de cangrejo hacia el subdesarrollo.

Pero ese apartheid social no subsistiría sin la complicidad con el 1% de una parte importante del 99%, de aquellos arribistas a los que don Dinero compra con ínsulas y altos cargos públicos y privados. Son Robin Hood, pero al revés, como el protagonista de la película ‘El Capital’: roban a los pobres para dárselos a los ricos. Botón de muestra de ese saqueo es el cártel montado por un puñado de grandes bancos para manipular el euríbor y otros tipos de interés. La Comisión Europea les ha impuesto una multa récord, pero, no se engañen, es una bagatela comparada con las incontables ganancias que han obtenido con su robo. Visto lo cual, robar les sale más que rentable.

Ese apartheid social se perpetúa a través de un sistema educativo que contribuye a agrandar las desigualdades entre ricos y pobres porque permite que los hijos de familia bien reciban mejor educación que los hijos de familia mal. Eso está ocurriendo ya en España, como refleja el último informe PISA. La ignorancia y la pobreza son las cadenas de la servidumbre, aunque ésta puede ser confortable para muchos. Y la educación es la llave de la liberación, es “el arma más poderosa para cambiar el mundo”, como bien sabía Mandela, quien también dejó claro que “la pobreza no es un accidente; como la esclavitud y el apartheid, es una creación del hombre y puede eliminarse con las acciones de los seres humanos”.

Esas acciones pueden ser pacíficas o violentas. Mandela empezó combatiendo el apartheid a través de la desobediencia civil y la resistencia no violenta predicada por Gandhi. Eso lo llevó a pasar cinco años en prisión. Al salir acabó convirtiéndose en el líder del brazo armado del Congreso Nacional Africano. En 1962 fue arrestado y condenado a cadena perpetua. Fue liberado a los 27 años y fue tendiendo la mano al enemigo afrikáner como logró la liberación de su raza. Eso no hubiera sido posible si el último presidente blanco de Sudáfrica, Frederik Willem de Klerk, no hubiera estrechado su mano tendida. Mandela llegó a la conclusión de que “si quieres hacer la paz con tu enemigo tienes que trabajar con él. Entonces se convierte en tu compañero”.

Pero los arribistas que nos mangonean no tendieron la mano al 1%, le dieron manga ancha y éste acabó arrancándonos el brazo. De nosotros depende que siga mutilándonos. Como también decía Madiba, somos los amos de nuestro destino, somos los capitanes de nuestra alma. Las cosas se pueden cambiar si tenemos voluntad de poder. Y coincido con Mandela en que “son los cambios que hemos provocado en las vidas de los demás lo que determina el significado de la nuestra”. Por eso, hagan oídos sordos a quien les diga que la gente es mala y no merece la pena luchar por ella.

(Publicado en el diario HOY el 8/12/2013)

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