Se veía venir. Lo del barrio burgalés de Gamonal, digo. Sí, era cuestión de tiempo que saltara la chispa de la indignación ciudadana en el sitio más imprevisto, en el momento más inesperado y por el motivo más peregrino. Y lo peor es que esa chispa ha encendido una mecha que corre que se las pela y puede hacer saltar por los aires el polvorín en que los gobiernos de Zapatero y Rajoy han convertido el país.
España está que arde. Los ciudadanos no están caldeados, están quemados. Y el conflicto de Gamonal ha reavivado la adormecida llama del cabreo popular que prendió con el 15M. Llama que no estaba extinguida, pero que los bomberos de la Moncloa creían controlada y se disponían a sofocar con el manguerazo de la futura ley de seguridad ciudadana. Pero esta ‘ley mordaza’ no ha hecho sino echar más leña al fuego y no ha amedrentado a los burgaleses que se han lanzado a la calle para frenar la última cacicada del cacique de turno, de esos que ponen y quitan alcaldes, en este caso el constructor y editor del ‘Diario de Burgos’, ‘Míchel’ Méndez Pozo, un Jarrapellejos del siglo XXI, una suerte de Berlusconi mesetario, amigo personal de Aznar y condenado a siete años y tres meses de prisión por corrupción urbanística, aunque solo pasó nueve meses en prisión, desde la que siguió mangoneando cual padrino corso.
Al final, los combativos vecinos de Gamonal se han salido con la suya y han logrado torcer el brazo del regidor de Burgos, Javier Lacalle, del PP, que ha renunciado definitivamente a ejecutar la faraónica obra de la discordia y detrás de la cual está la alargada sombra del tal ‘Míchel’: un bulevar y un parking subterráneo que dejarían a miles de residentes sin sitio donde aparcar en una calle donde la doble fila ya es habitual y que les obligaría a gastarse más de 19.000 euros en la concesión por 40 años de una de las 256 plazas de garaje que se ofertarían. Los vecinos entienden innecesaria una obra que cuesta ocho millones de euros en un barrio obrero castigado por el paro y con necesidades más perentorias.
Sin embargo, para lograr su propósito, los vecinos de Gamonal se han visto empujados a convertir su barrio en la Comuna de París. Soy un pacifista convencido, de los que piensan que la violencia engendra violencia, pero, desgraciadamente, he de dar la razón al profesor de Ciencias Políticas James C. Scott cuando argumenta que «la mayor parte de los episodios de importantes reformas sociales han sido precedidos de grandes disturbios» que infundieron «el temor a Dios» en las élites. Como observaría Martin Luther King, «las revueltas son el lenguaje de aquellos a quienes nadie escucha». Ahí está el huevo de la serpiente, en que nuestros representantes, una vez elegidos en las urnas, hacen oídos sordos al clamor popular y actúan al servicio del ‘Míchel’ de turno. Entonces, llega un momento en que la gente se harta y se rebela; se convierte en ‘El héroe discreto’ que da título a la última novela de Mario Vargas Llosa, y sigue la misma máxima que uno de sus protagonistas, el aparentemente pusilánime Felícito Yanaqué: «Nunca te dejes pisotear por nadie». Porque, como dice el mago Gandalf en ‘El hobbit’ (la película), «son los detalles cotidianos, los gestos de la gente corriente, los que mantienen el mal a raya», no un gran poder, como piensa su colega Saruman, que, precisamente, acaba corrompido por él.
(Publicado en el diario HOY el 19/1/2014)