Sorprende tanta calma chicha en un país con casi seis millones de parados. Con la que está cayendo, no ha habido ninguna insurrección masiva, solo conatos, como el 15M o Gamonal. Al final, la mayoría silenciosa que sostiene al Gobierno siempre acaba por imponerse.
Síntoma de esta indolencia popular es que las manifestaciones contra los manostijeras que nos mangonean no congregan a más de un puñado de ciudadanos. Para botón de muestra valga la concentración ante el ayuntamiento de Badajoz de hace una semana para urgir a la Junta a pagar la renta básica. Esta ayuda para extremeños sin ingresos (otro de esos negocios propagandísticos redondos a los que acostumbra el barón rojo) ha sido solicitada desde agosto por 5.000 pacenses, pero sólo se ha concedido a 50 y pagado a ocho, según la oposición. Sin embargo, apenas hubo un centenar de manifestantes. Ese escaso poder de convocatoria y eco explica, que no justifica, que una veintena de activistas del Campamento Dignidad de Mérida irrumpieran el pasado martes en el centro de TVE en Extremadura e interrumpieran el informativo para reclamar dicho pago. Fue un acto desesperado para llamar la atención sobre la desesperada situación de miles de familias extremeñas, el pataleo reflejo de alguien al que aprietan y ya ahogan. “Bandear la política espectáculo es legítima defensa del ciudadano”, dice el ensayista Paolo Flores d’Arcais. No obstante, erran el tiro quienes matan al mensajero. “Un ciudadano oprimido tiene sólo un medio para defenderse […], la prensa”, como consideraba el liberal francés Alexis de Tocqueville.
La misma hambrienta desesperación llevó a cientos de inmigrantes a tratar de cruzar el estrecho de Gibraltar a nado aun a riesgo de morir en el intento víctima de los elementos atmosféricos o antidisturbios. Empero, solo los pocos de siempre salieron a la calle a expresar su repulsa por la muerte de una quincena de subsaharianos recibidos a pelotazo de goma limpio por la Guardia Civil en la orilla de Ceuta. Todo por la patria, incluso la omisión de socorro. El Gobierno intentó, primero, ocultar y, luego, maquillar tal oprobio. Mintió, una vez más. “Solo la verdad es democrática”, subraya Flores d’Arcais, porque el político que miente (o el periodista a su servicio) nos hurta a los ciudadanos soberanía y nos trata como “un enemigo potencial”. Y mentir también es hacer política marketing o espectáculo.
Lo de Ceuta no nos diferencia de esa corta mayoría de suizos que ha votado en referéndum restringir la entrada de trabajadores europeos a propuesta de la Unión Democrática de Centro, partido que miente desde el nombre, pues tiene tanto de democrático y de centro como Le Pen. Lo fácil es ver en el extranjero la causa de todos nuestros males, cuando es tan víctima o más que nosotros. Siempre hay arteros demagogos que aprovechan ese prejuicio y miedo y agitan el odio al enemigo foráneo para pescar votos entre la masa amorfa embrutecida por la telebasura, esa mayoría silenciosa acrítica y resignada. Eso es lo peor, la resignación, como se queja Santomé, el protagonista de ‘La tregua’, de Mario Benedetti: “Los rebeldes han pasado a ser semi-rebeldes, los semi-rebeldes a resignados”. El sentir general es: “No se puede hacer nada”. Pero, como concluye Santomé, “en el principio fue la resignación; después, el abandono del escrúpulo; más tarde, la coparticipación”. El resignado es cómplice de los abusos y falacias del poder.
(Publicado en el diario HOY el 16/2/2014)