Adolfo Suárez hace más de un decenio que era contado con los muertos, era un muerto en vida o una vida muerta, un desmemoriado que ha tenido que morir para que resucitará su memoria. Ahora todos se mueren por sus huesos, hasta los que en 1980 le echaban el muerto de todo. No hay como espicharla para pasar de villano a héroe. Otros vendrán que bueno te harán. Suárez ahora es puesto como ejemplo de político pluscuamperfecto, como espejo en el que debería mirarse la secreta secta de los ciegos que nos mangonea, secta en la que el tuerto es el rey. Sin embargo, en su último mandato fue acosado hasta el derribo por propios y extraños de esa secta, incluidos el tuerto y, ay, Felipe de mi vida, el revoltoso seductor que primero enterró el marxismo, luego el Gobierno de Adolfo y la UCD y, por último, el socialismo. Pero ni el expresidente era Abaddón el exterminador antes ni un santo varón ahora. Al final de su mandato, España no veía el final del túnel, veía el futuro más negro si cabe que con Zapatero, otro muñeco del pimpampum que, a diestro y siniestro, recibió una somanta de palos de ciego en el ocaso de su desgobierno.
Cuando al Maquiavelo de León travestido de bambi le llegue la hora suprema, acuérdense, será recordado como el gran impulsor de los derechos civiles (como el matrimonio homosexual y el aborto libre) y la alianza de civilizaciones, y no por su miopía económica progresiva ni por bajarse los pantalones para recibir el palmetazo de frau Merkel ni por poner en marcha el martillo pilón con el que su sucesor está demoliendo los pilares del Estado del bienestar. Y Rajoy no pasará a la historia por su demoledora actuación, sino por lograr que la economía española tocase suelo y se arrastrase por él a la manera japonesa. Y seguramente Felipe –venerado ahora hasta por algunos de quienes le hacían los coros a Aznar cuando le espetaba aquello de: «Váyase, señor, González»– será rememorado por dejar España que no la conoce ni la madre que la parió, en vez de por ser la supuesta incógnita sin despejar de la ecuación de los GAL. Y Josemari quizá tendrá su panteón en la memoria colectiva por poner los cimientos y los ladrillos sobre los que se levantó el soberbio edificio España hasta rascar el cielo antes de derrumbarse, en lugar de por la foto de las Azores y la infamia del 11M.
En definitiva, hayan hecho lo que hayan hecho, nuestros presidentes serán honrados como héroes al pie de sus tumbas, mientras nadie hablará de nosotros cuando hayamos muerto, y menos aún de esos ya más de once millones de personas excluidas de la sociedad que sobreviven en nuestro país, un 60% más que antes de la crisis, según Cáritas, y que son invisibles para el tesorero del reino, don Cristobita, y demás lazarillos de la secta de los ciegos.
Según la oenegé católica, solo una «estricta minoría», uno de cada tres españoles, no pasa apuros. Y no hay democracia real si la mayoría no vive con dignidad, porque no es libre quien es esclavo de su estómago. Es necesaria una segunda Transición. En el alborear de la primera, el 9 de junio de 1976, en un discurso ante las Cortes previo a su elección como presidente, Suárez citó unos versos de Antonio Machado que considero bien traídos al momento actual: «Está el hoy abierto al mañana / mañana al infinito / Hombres de España: / Ni el pasado ha muerto / Ni está el mañana ni el ayer escrito».
(Publicado en el diario HOY el 30/3/2014)