Algo se mueve en España, tras las movidas elecciones europeas. El pueblo ha caído en la cuenta de que si quiere, sí puede. En cambio, don Alfredo y don Juan Carlos ya no pueden más y se han apeado del tren cuando aún no ha salido del túnel. De noche todos los gatos son pardos y ellos, que saben más que los ratones ‘coloraos’, son conscientes de que algo tiene que cambiar para que todo siga igual. Gato blanco, gato negro, da igual, lo importante es que cace ratones.
El PSOE y la Monarquía mudarán de cara, pero está por ver si desempeñarán el alma que ha tiempo vendieron al diablo. Quizás un ‘lifting’ les baste a los socialistas para reconquistar el disputado voto de la izquierda –ya les dio resultado con Felipe y ZP– y a la Corona para recuperar el lustre. Mas un cambio de estética no presupone de ética y un cambio generacional no significa una regeneración. Y España necesita un cambio de aquel cambio que iba a dejar a España que no la iba a conocer ni la madre que la parió, según prometió Alfonso Guerra tras ganar el PSOE las generales el 28O de 1982. Para muchos, ese día acabó la transición a la democracia. Para otros fue el 23F de 1981, cuando el rey resistió la tentación de emular a su abuelo Alfonso XIII. O tal vez ha terminado con su abdicación. Yo creo que España sigue en transición, pues aún no ha alcanzado su plena democratización. Es más, ha dado alarmantes pasos de cangrejo.
Un salto hacia delante sería la instauración de la III República, dado que no puede ser una auténtica democracia aquella en la que el pueblo no pueda elegir a su jefe del Estado. No obstante, la república no culminaría el proceso democratizador del país ni sería la panacea que resolviera todos sus problemas, como tampoco lo sería la independencia para Cataluña. Sería el inicio de una segunda transición. Como dice el ensayista Paolo Flores d’Arcais, «la democracia es la revuelta permanente y jamás satisfecha para acercarse a la democracia». Y esta no será plena mientras siga secuestrada por don Dinero. No es realmente libre quien es esclavo de su estómago. No basta un cambio del sistema político; urge más un cambio del sistema económico y, sobre todo, de la mentalidad de la mayoría. Con los cambios de régimen, el poder nominal ha cambiado de manos, pero no el real. Los gatos pardos que cortaban el bacalao durante la segunda Restauración borbónica, lo siguieron haciendo durante la II República, la dictadura franquista y esta tercera Restauración; solo han mudado de pelaje. En realidad, acaso España no ha dejado de ser nunca una plutocracia; solo ha retocado su facha. Ya decía el comunista italiano Antonio Gramsci que el poder de las clases dominantes no está dado simplemente por el control de los aparatos represivos del Estado, sino fundamentalmente por la «hegemonía» cultural que ejercen sobre las sometidas, a través del control del sistema educativo, las instituciones religiosas y los medios de comunicación. De esta forma «educan» a los dominados para que vivan su sometimiento como algo natural y conveniente. Así, advierte Gramsci en su artículo ‘Odio a los indiferentes’, siguiendo la estela del ‘Discurso sobre la servidumbre voluntaria’ del francés La Boétie, «la masa ignora, porque no se preocupa»; «lo que ocurre no ocurre tanto porque algunas personas quieren que eso ocurra, sino porque la masa de los hombres abdica de su voluntad, deja hacer, deja que se aten los nudos que luego solo la espada puede cortar, deja promulgar leyes que después solo la revuelta podrá derogar, deja subir a los hombres que luego solo un motín podrá derrocar».
(Publicado en el diario HOY el 8/6/2014)