A priori, la elección directa de los alcaldes parece un pasito adelante en el largo camino que debe recorrer este país para ser una democracia real. Pero la propuesta del PP es un pasito atrás, al menos la que ha trascendido a la opinión pública, pues Rajoy se niega a explicarla en detalle. Solo ha dejado claro que quiere que sea alcalde el candidato de la lista más votada, aunque no sume más de la mitad de los votos. Según se ha filtrado a la prensa, el PP baraja dos fórmulas: una, que sea elegido regidor y con mayoría absoluta de concejales el aspirante que logre un 40% de los sufragios; otra, una segunda vuelta entre los dos más votados.
La oposición en bloque rechaza un “pucherazo” que se nos quiere vender como una medida de regeneración democrática. El PP nos quiere dar gato por liebre. A nueve meses de las elecciones municipales quiere cambiar las reglas del juego porque ve peligrar el poder en muchos ayuntamientos tras los decepcionantes resultados que obtuvo en las europeas, en las que irrumpió Podemos, que no estaba ni se le esperaba pero que ha canalizado la indignación ciudadana con la partitocracia. Vamos, que quiere que aceptemos barco como animal acuático. Pero el Scattergories no es suyo, sino de los ciudadanos, y es a ellos a los que tiene que consultar si quiere cambiar las reglas o al menos a todos sus representantes en el tablero parlamentario.
Hasta la UE, el Consejo de Europa y la OSCE advierten que no se puede reformar la ley electoral a menos de un año de los comicios y sin consensuarla con la oposición, porque ello socava el proceso democrático y “los votantes pueden llegar a pensar, con razón o sin ella, que el derecho electoral es un instrumento que manipulan a su favor quienes ejercen el poder”. Ya saben, la mujer del César no solo debe ser honesta, sino, además, parecerlo. No obstante, el PP está dispuesto a salirse con la suya por bemoles, aun en solitario, imponiendo el rodillo de su mayoría absoluta en el Congreso. Y es que los populares no están acostumbrados a pactar ni consensuar nada desde que Aznar dejó de hablar catalán en la intimidad y de llamar a ETA Movimiento de Liberación Nacional Vasco. De ahí su reforma electoral (mejor dicho, electoralista), pues temen que los acuerdos y coaliciones entre varias fuerzas políticas les dejen compuestos y sin alcaldías. Da igual que la reforma pueda favorecer a ERC y Bildu. En este caso, los intereses partidistas están por encima de los patrióticos. O quizás es que el PP confunda partido con patria, como los movimientos totalitarios. Mas ¿qué será más representativo de la voluntad del electorado: un partido que obtenga el 40% de los votos o varios que sumen el 60%; un gobierno monocolor o uno arcoíris? Los pactos son la esencia de la democracia, que nace de un contrato social. Cuando la mayoría tiraniza a la minoría, la democracia degenera en una demagogia. Las normas y medidas consensuadas entre opuestos son las que perduran. Valgan de mal ejemplo las leyes de educación, que cambian con cada gobierno. Decía la filósofa Hannah Arendt que “el poder surge donde las personas se juntan y actúan concertadamente”. En cambio, como explica Arendt, los movimientos totalitarios fomentan un individualismo gregario, al hombre masa, incapaz de integrarse en ninguna organización basada en el interés común.
(Publicado en el diario HOY el 31/8/2014)