Clama al cielo el chanchullo que se trajeron los exconsejeros y exejecutivos de Caja Madrid y el banco que se la tragó, Bankia, con las tarjetas de crédito B, opacas, negras, VIP o como quieran llamarlas entre 2003 y 2012. Es el enésimo capítulo de la interminable historia de la corrupción española, una serie que no tiene que envidiarle a ‘Boardwalk Empire’ o ‘Gomorra’. No obstante, este escándalo es una muestra muy representativa de lo que fueron los felices años de gaviotas y rosas que precedieron a la madre de las recesiones. En él se ve de forma meridiana que los ladrones son «gente honrada», que nadie vigila a los vigilantes, que la corrupción es transversal, se extiende de izquierda a derecha y desde el patrón hasta el sindicalista, y que hay una casta política y económica que goza de unos privilegios de los que no disfrutamos el común de los mortales. Casta de intocables zánganos y chupópteros que, acabada la juerga, apenas se ha tocado esos privilegios mientras nos han recortado derechos durante esta larga resaca en la que nos han sumido y de la que no acabamos de levantar cabeza ni con toda la magia monetaria de Supermario ni con la dieta a pan y agua a que nos somete el cocinilla Montoro siguiendo las prescripciones de la ‘master chef ’ Merkel.
Entre los exconsejeros que tiraron sin control de las ‘tarjetas negras’ –destinadas a sufragar gastos de representación– para costearse todo tipo de caprichos (restaurantes, viajes, compras en grandes superficies, ropa, hoteles…) y, al parecer, sin declarar ese dinero a Hacienda, están tipos de todos los pelajes y colores: 27 del PP, 15 del PSOE, 5 de IU, 11 sindicalistas de UGT y CC OO, dos exministros y un exjefe de la Casa del Rey. Como ven, especímenes de lo más granado de nuestra partitocracia. En total, dilapidaron más de 15 millones de euros. Y hay que recordar que la prodigalidad de los administradores de la entidad madrileña nos ha costado cara a todos los contribuyentes, pues tuvimos que rescatarla en mayo de 2012 con más de 23.000 millones, de los que se espera que recuperemos una pequeña parte. Algunos de esos exconsejeros han alegado que «todo el mundo sabía lo de las tarjetas desde 1987», incluso Hacienda. Sin embargo, fieles a su máxima de negar la mayor aunque les hayan pillado con el carrito de los helados, los partidos que los promovieron se rasgan ahora las vestiduras, solo tienen palabras de censura y hasta exigen comisiones de investigación. ¡Panda de hipócritas! Y todavía se preguntan por qué cada vez más ciudadanos piensan votar al ‘coletas’ y compañía siéndoles indiferentes sus propuestas. Están hartos de tanto juego sucio y quieren sacar tarjeta roja y expulsar de sus poltronas como sea a esos golfos apandadores. Al menos, piensan, los de Podemos no tienen aún las manos manchadas.
No obstante, tampoco seamos hipócritas nosotros. Porque, a ver, que tire la primera piedra quien no hubiera hecho lo mismo si le hubieran dado una de esas tarjetas B con barra libre de liquidez. Me temo que los más no hubieran tenido escrúpulos y hasta hubieran fardado de su liberalidad ante sus colegas de copas invitándoles a una ronda a cuenta de la empresa. Quisiera equivocarme, pero la casta que nos mangonea no es más que un reflejo de nuestra sociedad de pícaros, aunque ampliado por el espejo cóncavo del poder.
(Publicado en el diario HOY el 5/10/2014)