El paripé de esta semana pasada en el Congreso me ha dejado exhausto. Me siento como la víctima de un vampiro psíquico. El espectáculo circense que han dado nuestros políticos ha acabado con la paciencia de más de uno y de dos, incluido el maestro de ceremonias. Hemos visto de todo: funámbulos, trapecistas, ilusionistas, domadores con sus fieras… y payasos, muchos payasos. Unos por otros y la casa sin barrer. Se están ganando a pulso una abstención récord el 26 de junio si se repiten las elecciones.
El viernes, tras la segunda sesión de la fallida investidura de Pedro Sánchez, un veterano demócrata de izquierdas de toda la vida, que acudió ilusionado a las urnas el 20D, me confesó que ahora se plantea no votar. Ese ciudadano, como muchos, más que harto está cansado de tanto politiqueo.
Cuando aún nos recuperamos de la depresión económica, con crecientes riesgos de recaída, estamos al borde de sumirnos en la depresión política y del colapso institucional; el escenario ideal para curanderos sin escrúpulos hechos de la pasta y con la facha de un Berlusconi o un Donald Trump. Lo más parecido que hemos tenido aquí a un tipo así fue Jesús Gil, pero no llegó más allá de Marbella. No se vislumbra ahora ninguno, pero en un escenario de desgobierno y de descrédito de los políticos similar al actual de España, en el que no había día que los imbornales de la prensa no vomitaran aguas fecales de las rebosantes cloacas de la casa pública, se alzó con el poder ‘Il cavaliere’ en Italia en 1994. Y el crecimiento de la desigualdad social en Estados Unidos durante la gran recesión, sumado a la gran decepción que ha supuesto la gran esperanza negra, Obama, han alimentado monstruos como Trump.
Este escenario también parece propicio para una revolución. Sin embargo, hoy no es posible la revolución, según Byung-Chul Han. Este filósofo surcoreano, afincado y formado en Alemania, sostiene que el neoliberalismo ha convertido al trabajador en explotador de sí mismo; en amo y esclavo a la vez. Los autónomos son el caso paradigmático; de ahí que partidos como el PP fomenten el autoempleo, eso que eufemísticamente llama emprendedores. Así la lucha de clases se transforma en una lucha interna consigo mismo: el que fracasa se culpa a sí mismo. Cuántas veces hemos oído que la causa de la crisis es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades o que nuestras clase política es un reflejo de la sociedad. En consecuencia, ¿contra qué protestar, contra uno mismo?
El poder estabilizador del sistema ya no es opresor, sino seductor, amén de invisible. En lugar de generar hombres obedientes, los hace dependientes. El sometido no es ni siquiera consciente de su sometimiento; se cree libre. Esta técnica de dominación amable neutraliza la resistencia, nos aísla, nos vuelve conformistas y resignados y nos aboca a la depresión, que es la enfermedad del cansado de vivir (no confundir con el vago). Y, como advierte Byung-Chul Han, no se forma una masa revolucionaria con individuos agotados, depresivos, aislados.
El neoliberalismo, por tanto, ha hecho realidad la pesadilla distópica de Aldous Huxley: «Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre».
(Publicado en el diario HOY el 6/3/2016)