El buen periodismo no es el cuarto poder sino un contrapoder. Es el que somete a una estrecha y continua vigilancia al poder, le molesta, señala sus vergüenzas, le mete el dedo en la llaga, pisa sus callos. Ahora bien, su única arma debe ser la verdad, aunque duela, como decía mi maestro Manuel Unciti. Los medios de comunicación son libres de tener la línea editorial que crean oportuna, pero para su defensa solo deben echar mano de la verdad. El medio que obvia la verdad contraria a sus intereses o a los de sus titiriteros hace propaganda.
El buen periodista puede tener ideología, incluso carné de un partido, pero debe dejarlo en el perchero al entrar en la redacción. La relación entre el periodismo y el poder siempre ha sido de amor-odio. El poder, del color que sea, siempre pretende convertir a la prensa en su concubina y vocera. Hasta Jefferson pasó de decir que prefería periódicos sin gobierno, a gobierno sin periódicos, cuando aún era candidato a la presidencia de EE UU, a, ya instalado en la Casa Blanca, que «aquel que no lee nada de nada está mejor informado que aquel que solo lee periódicos».
Podemos y su amado líder no son una excepción. Son inquietantes algunos tics orwellianos de Pablo Iglesias. No obstante, creo exagerada la polémica generada por la ironía más maquiavélica que socrática que empleó contra un periodista de El Mundo en particular y la profesión periodística en general durante un acto universitario. Iglesias reconoció que se equivocó y pidió disculpas al periodista por personalizar en él sus críticas a «los propietarios de medios de comunicación que condicionan líneas editoriales», «porque el redactor es el eslabón débil».
En ‘Los cínicos no sirven para este oficio’, Ryszard Kapuściński divide a los periodistas en dos categorías: los siervos de la gleba y los directores, que «son nuestros patronos, los que dictan las reglas, son los reyes, deciden». Y advierte: «La mayoría de los directores y de los presidentes de las grandes cabeceras y de los grandes grupos de comunicación no son, en modo alguno, periodistas. Son grandes ejecutivos». «La situación empezó a cambiar –explica– en el momento en que el mundo comprendió, no hace mucho tiempo, que la información es un gran negocio» y «que la verdad no es importante, y que ni siquiera la lucha política es importante: que lo que cuenta, en la información, es el espectáculo». Y «cuanto más espectacular es la información, más dinero podemos ganar con ella».
De resultas, la política se ha convertido en un espectáculo y el político en un ‘showman’. Bien lo sabe Iglesias y compañía, hábiles como nadie en la política de gestos, en emplear las emociones para optimizar la comunicación, porque, como dice el filósofo Byung-Chul Han, «la emoción representa un medio muy eficiente para el control psicopolítico del individuo».
Sin embargo, más que la última salida de pata de banco de Iglesias, nos debería preocupar la ‘ley mordaza’, las ruedas de prensa a través de un plasma, al modo del Gran Hermano, la precarización laboral de los periodistas, las presiones políticas y económicas para vetar medios o el concubinato entre ciertos directores-comisarios (¿políticos?) y el poder. Estos sí son graves atentados contra la libertad de expresión y, como dice Albert Camus, «una prensa libre puede ser buena o mala, pero sin libertad, la prensa nunca será otra cosa que mala».
(Publicado en el diario HOY el 24/4/2016)