El 26 de junio estamos convocados de nuevo a las urnas, tras mostrarse incapaces de alcanzar un acuerdo los representantes que elegimos el 20 de diciembre. En realidad, nadie, salvo quizás Pedro Sánchez pero no todo el PSOE, tenía una voluntad sincera de pactar. En su fuero interno todos sabían que la repetición de las elecciones era inevitable porque nadie la quería evitar. En estos cuatro meses, nuestros amados ‘líderes’ se han dedicado a marear la perdiz, entablar un diálogo de sordos o un coloquio de perros, escurrir el bulto, pasarse la patata caliente, echar balones fuera, culpar al otro de todos nuestros males presentes y futuros; en fin, a hacer campaña electoral. Nuestros elegidos para la gloria, emergentes y sumergidos, han demostrado así una preocupante miopía política al no ver más allá de su ombligo.
Entretanto, el común de los mortales hemos contemplado esta riña de gatos como quien asiste al teatro a ver un sainete, a una casa de apuestas o, peor, al centro comercial en plenas rebajas. Ya lo advierte Byung-Chul Han en ‘Psicopolítica’: «Cada vez se asemejan más votar y comprar, el Estado y el mercado, el ciudadano y el consumidor». Como explica el filósofo surcoreano, el neoliberalismo convierte al ciudadano en consumidor. «La libertad del ciudadano cede ante la pasividad del consumidor. El votante, en cuanto consumidor, no tiene un interés real por la política, por la configuración activa de la comunidad. No está capacitado para la acción política común. Solo reacciona de forma pasiva a la política, refunfuñando y quejándose, igual que el consumidor ante las mercancías y los servicios que le desagradan».
Los partidos también siguen esta lógica del consumo y se degradan a proveedores que han de satisfacer a sus votantes-clientes. Según Byung-Chul Han, en última instancia no consumimos cosas sino emociones. De resultas, los partidos se han convertido en grandes proveedores de emociones. Su objetivo no es tanto apelar a la conciencia del ciudadano-consumidor como inocularse en su subconsciente y tocarle la fibra sensible. Los líderes políticos se comportan así cada vez más como ‘coaches’ o entrenadores motivacionales, una versión sofisticada de los charlatanes de feria. El mejor ejemplo de ello es Albert Rivera. A su lado, Pedro Sánchez es un mero aprendiz. Mariano Rajoy no motiva ya ni a los suyos. Y Pablo Iglesias no le va a la zaga a Rivera, aunque sus maneras son más de profeta.
Mas coincido con Slavoj Žižek en que hoy no necesitamos profetas, ni ‘coaches’, sino líderes no autoritarios. El filósofo esloveno entiende por un verdadero líder el que no da órdenes, no le dice a la gente lo que debe hacer, sino que la anima a hacer uso de la libertad, a lo que yo añado y de la inteligencia. Esta es la cualidad de saber escoger entre varias opciones.
Sin embargo, Byung-Chul Han advierte que solo tenemos elección entre ofertas que proporciona el sistema –incluida Podemos, que ha canalizado dentro del sistema la indignación prendida por el 15M–; por tanto, nuestra decisión no es libre, está limitada cuando no coaccionada. Es decir, como dice Žižek, somos esclavos, disfrutamos de pequeñas elecciones ‘libres’ pero en términos globales recibimos unas coordenadas impuestas. Para salir de ellas se necesita un verdadero líder, ese que, en palabras de Žižek, «nos confronta con el deber de hacer algo», sobre todo cuando nuestros delegados políticos no han hecho nada.
(Publicado en el diario HOY el 1/5/2016)