La crisis ha golpeado con saña a tres millones de españoles que han pasado «de verse como clases medias participantes del progreso a sentirse vulnerables», según un estudio de la Fundación BBVA y el Ivie. Hace una década, el 59% de los españoles tenían un nivel de renta medio; ahora son el 52%. En cambio, aquellos con bajos ingresos han subido del 31% al 39%. La clase alta solo ha bajado del 9,9% al 9,2%. Se confirma así que «los costes de la crisis se han repartido de forma desigual», abriendo la brecha entre ricos y pobres, como dice Francisco Goerlich, autor del trabajo, que apunta al paro y la precarización del mercado laboral como las principales causas.
La reducción de la clase media «es un riesgo para la economía y una amenaza para la democracia», avisa el economista francés Thomas Piketty. Aristóteles advierte en su ‘Política’ que «el verdadero demócrata debe velar para que el pueblo no sea demasiado pobre, pues esto es la causa de que la democracia sea mala».
Para el filósofo macedonio, la comunidad política administrada por la clase media es la mejor y pueden gobernarse bien las ciudades donde esta es numerosa y más fuerte que las otras dos clases (baja y alta), pues así, sumándose a cualquiera de ellas, inclina la balanza e impide los excesos de los partidos contrarios, «ya que donde unos poseen en demasía y otros nada vendrá o la democracia extrema o la oligarquía pura, o bien, como reacción contra ambos excesos, la tiranía». Según Aristóteles, casi todos los legisladores han cometido dos errores: conceder demasiado a los ricos y engañar a las clases inferiores. Como resultado, «la ambición de los ricos ha arruinado más Estados que la ambición de los pobres».
Nuestros legisladores y gobernantes persisten en los mismos errores. ¿La fatal consecuencia? Un aumento de las desigualdades sociales y, por ende, un deterioro de las instituciones democráticas. La crisis económica ha conllevado la crisis de la democracia.
Para justificar la desigualdad, la clase dirigente, en connivencia con ciertos medios de comunicación, ha demonizado a la clase obrera, como denuncia el británico Owen Jones. Según el autor de ‘Chavs’, se extiende la idea de que los miembros de las élites merecen estar donde están porque son más listos y trabajan más, mientras que los que están por debajo merecen estar ahí porque son estúpidos, vagos o maleantes. La pobreza y la desigualad ya no se presentan como problemas sociales sino como fracasos individuales.
Dice Aristóteles que los pobres, aun si son excluidos de las funciones públicas, no reclaman y permanecen en calma con tal de que no se les ultraje ni se les despoje de lo poco que poseen. Por eso, los obreros y parados demonizados, los expulsados del paraíso de bienestar y las clases medias temerosas de perder su estatus nutren de votos a los populismos, que se erigen en sus salvadores. El de izquierdas, como el podemita, canaliza la indignación ciudadana hacia los políticos corruptos, banqueros o evasores de impuestos. El de extrema derecha, como el que está en auge en Francia, Alemania o Reino Unido y encarna Donald Trump en EE UU, traslada la rabia de la gente contra los funcionarios, los inmigrantes, los musulmanes e incluso sus vecinos.
Para que la combinación política sea equitativa, Aristóteles considera preciso salarios para los pobres y multas para los ricos.
(Publicado en el diario HOY el 8/5/2016)