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El jueves le tocaron más de cinco millones de euros en la Primitiva a Máximo, ‘el maño’, un vecino de La Pesga (Cáceres). Tres semanas antes, los Reyes Magos agraciaron a una familia en serios apuros de Gévora (Badajoz) con el premio gordo del sorteo de los Euromillones: 36 millones. Por mucho que lo nieguen ‘el maño’ y su mujer, tal barbaridad de dinero cambia la vida al más pintado. Y, sinceramente, creo que para mal. Les pareceré un estúpido, pero convertirse en millonario de la noche al día opino que es más una maldición que una bendición.

El dinero, como el poder, es una droga tremendamente adictiva que corrompe al más probo y de la que es muy difícil desengancharse. Quien la prueba nunca tiene bastante, como Bretton James, el insaciable tiburón de las finanzas que interpreta Josh Brolin en la película ‘Wall Street 2: el dinero nunca muere’. Cuando le preguntan cuál es la cifra por la que aceptaría retirarse, contesta: “Más”.

Tendemos a creer que cuanto más dinero tengamos más felices seremos. En 1974, el economista Richard Easterlin desmintió este sofisma con su famosa paradoja, según la cual, una vez cubierta nuestras necesidades básicas, no aumenta nuestra felicidad a medida que se incrementan nuestros ingresos. Por tanto, hay un nivel de renta óptimo, por debajo o por encima del cual seremos infelices, unos eternos insatisfechos. ¿Por qué? Según el también economista Richard Layard porque, garantizada la subsistencia, empleamos el dinero para compararnos con los demás y lo que nos quita el sueño es que el vecino o compañero de trabajo gane más, tenga un coche mejor o una casa más grande. Por tanto, nunca estaremos satisfechos mientras haya alguien que nos supere en bienes o sueldo. Esta insatisfacción perenne nos empuja, al ritmo de ‘Money’ de Pink Floyd o ‘Money, Money’ de ‘Cabaret’, a una carrera de ratas, una competición permanente con los demás, alentada por las empresas, porque nos lleva a trabajar más para cobrar más y gastar más. Es por eso que los deportistas que obtienen la medalla de bronce son más felices que los que ganan la de plata, como argumenta Manuel Conthe, expresidente de la CNMV, en ‘La paradoja del bronce’.

En la misma línea, otro economista, el chileno Manfreed Max-Neef, planteó en los 90 la hipótesis del umbral: “En toda sociedad parece haber un periodo en el cual el crecimiento económico genera un mejoramiento de la calidad de vida. Ello solo hasta un punto umbral, cruzado el cual el crecimiento económico genera un deterioro en la calidad de vida”. Max-Neef considera, por tanto, que el producto interior bruto (PIB) de un país es un indicador bastante absurdo porque en él todo se suma. En consecuencia, se da la aberración de que una guerra o un enorme desastre serían beneficiosos para la economía, pues estimularían la inversión y el consumo.

En definitiva, la política económica debería estar dirigida más a elevar la calidad de vida y el bienestar de la gente que la renta o el PIB. Y eso pasa por reforzar los pilares del estado de bienestar y no por debilitarlos, como se está haciendo con tanto tijeretazo.

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blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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enero 2012
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