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La economía de la langosta

La vida inteligente del planeta es la más mortal. Nuestra especie es la peor de las plagas. Los humanos, cuanto más desarrollados, más nos comportamos como langostas, como los alienígenas de la película ‘Independence Day’. Arramblamos con todo, saltando de hospedero en hospedero. Y cuando esquilmemos este mundo, volaremos a otros. La necesidad impulsará la carrera espacial, porque nuestra ciencia-ambición no conoce límites.

No obstante, la langosta humana es un dios en potencia, capaz de destruir pero también de crear, de matar y de salvar; es más, está cerca de alcanzar la inmortalidad. En definitiva, es capaz de lo peor y de lo mejor. Esa es la gran paradoja del progreso, como advierte la Oficina del Director de Inteligencia Nacional de Estados Unidos (DNI, por sus siglas en inglés) en su última evaluación de las tendencias globales de los próximos 20 años.

El DNI llega a la conclusión de que estamos «viviendo una paradoja: los logros de la era industrial y de la información están dando forma a un mundo tan peligroso como rico en oportunidades». «Choques» como la primavera árabe, la crisis financiera de 2008 y el aumento de las políticas populistas y antisistema «revelan la fragilidad de los logros alcanzados y subrayan profundos cambios en el panorama global que auguran un futuro cercano oscuro y difícil». Los ojos del águila imperial americana prevén que «los próximos cinco años serán testigo del aumento de las tensiones dentro y entre países. El crecimiento global será más lento, en la medida que desafíos mundiales cada vez más complejos se confirman».

Como explica el economista Michael Roberts, el problema es que la población de EE UU y sus aliados capitalistas es cada vez más vieja y los países en desarrollo tienen poblaciones más jóvenes y productivas, cuyas necesidades no puede satisfacer el capitalismo. Mientras tanto, «la automatización y la inteligencia artificial amenazan con cambiar la estructura productiva más rápido que la capacidad de adaptación de las economías, lo que podría desplazar trabajadores y bloquear la vía habitual de desarrollo de los países pobres». A ello hay que sumar el cambio climático y los desastres ambientales que conlleva. Todo esto va a «hacer más difícil gobernar y cooperar y va a cambiar la naturaleza del poder».

Para Roberts, hay señales cada vez más evidentes de que la era de la globalización y de la expansión del capital a expensas de los trabajadores está agotándose en todas partes. A su juicio, un indicador de ello es el informe de la fundación Global Financial Integrity (GFI), que confirma que los países ricos toman más dinero de los países pobres del que les dan. En 2012, el último año del que hay datos, los segundos recibieron 1,3 billones de dólares, incluyendo todas las ayudas, inversiones y remesas, mientras que salieron fuera de ellos 3,3 billones (16,3 desde 1980). Sin embargo, como apunta Roberts, el comercio mundial y los flujos de capital están decayendo, con lo que es más difícil para las langostas de las multinacionales y los bancos drenar capital desde el sur para compensar la caída de la rentabilidad en el norte. Ello intensificará la rivalidad por el botín entre las potencias imperiales, rivalidad que a principios del siglo XX desembocó en una guerra mundial. Las langostas que ocupan la Casa Blanca y el Kremlin hacen temer que la historia se repita.

(Publicado en el diario HOY el 26 de febrero de 2017)

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