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El ansia de Podemos

 

Podemos ha vuelto a atraer la atención de los focos con su último número, el más difícil todavía, un salto al vacío con doble tirabuzón: una moción de censura contra Rajoy condenada al fracaso antes de ser parida. No importa, su objetivo no es el presidente sino el PSOE; enervar a los socialistas, alborotar más su gallinero, forzar a los tres gallos en pugna a retratarse ante su soliviantada militancia y echar un cable al más receptivo a los cantos de sirena podemitas, Pedro ‘el justiciero’ o ‘el cruel’, según se mire.

La moción servirá a la ‘troupe’ de Pablo Iglesias para escenificar de nuevo en el circo de las Cortes que es la auténtica oposición a la triple alianza pergeñada por PP, PSOE y Ciudadanos, tres patas de un mismo banco. Es un dispositivo más de la tramoya puesta en marcha tras Vistalegre 2 para desenredar la trama, un paso más en su estrategia agonista o frentista.

Compatible con el agonismo es la teoría de la inteligencia emocional de Georges Marcus, que reivindica la ansiedad como beneficiosa para la democracia. Su tesis, como explica Manuel Arias Maldonado en ‘La democracia sentimental’, es: «Si queremos que todo el mundo sea racional, la solución que parece más efectiva es poner a todo el mundo nervioso». Cuanto peor, mejor. Según Marcus, los individuos que padecen ansiedad se muestran más proclives a considerar alternativas novedosas. Durante la crisis, la ansiedad afecta a un porcentaje amplio de la población. El resto del tiempo, el público se divide en tres grupos: quienes llaman la atención sobre un problema (la trama corrupta, por ejemplo), quienes niegan que lo sea y los demás. La política consiste en gran medida en los esfuerzos de los primeros por crear ansiedad en el público, por hacer que se preocupe por el problema en cuestión, a fin de que salga de su rutina y su pasividad y se abra a cambiar el color del cristal con que mira este mundo traidor. A la luz de esta tesis se entiende mejor el éxito de Podemos y también, mitigada la crisis, sus sobreactuaciones, dirigidas a alimentar la inquietud de la ciudadanía, a mantenerla en estado de alarma.

Mas quien siembra vientos recoge tempestades. Acaso sea lo que busque Podemos, generar una tormenta que agite las aguas y lo encumbre a la cresta de la ola en la próxima cita con las urnas. Lo hizo Felipe González en 1980 con la moción que presentó contra un agonizante Adolfo Suárez. La moción no lo remató pero aceleró su muerte. Caería ocho meses después apuñalado por los suyos. La estrategia agonista de González empujó a España al borde del abismo, pues contribuyó a precipitar el golpe del 23-F. La asonada fracasó y a los 20 meses el PSOE arrasaría en las elecciones.

Hoy los sables están envainados y no hacen ruido. No obstante, es discutible que sea preferible una política más sensacionalista que sensacional, más pasional que racional, un máximo común divisor a un mínimo común denominador, el conflicto al consenso, una democracia histérica a una serena. Lo que no se consensúa no perdura y es fuente permanente de disputa. Solo hay que observar a EE UU, Argentina y, sobre todo, Venezuela para advertir los riesgos de un política agonista, efectista y alarmista. Arias está en lo cierto, «nuestro déficit es de ilustración y no de pasión, de modo que el desafío institucional consistiría en aumentar los contenidos de razón en la esfera pública y no lo contrario». Sobran tripas y falta cabeza.

(Publicado en el diario HOY el 30 de abril de 2017)

blog personal del periodista Antonio Chacón Felipe

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