El PSOE elige hoy a su líder desgarrado por quizás su peor crisis. Una crisis existencial o de identidad que no es privativa del socialismo español, pues afecta a toda la socialdemocracia europea.
Si no quiere acabar como sus compañeros mártires franceses, griegos o italianos, el PSOE necesita algo más que cambiar de capitán, necesita cambiar de rumbo. Claro que el nuevo rumbo lo marcará el nuevo capitán, y los tres candidatos en liza no comparten el mismo. Una prefiere seguir la estela dejada a estribor por los padres refundadores a riesgo de perder definitivamente el norte; otro se decanta por virar a babor a riesgo de caer en manos de filibusteros, y el tercero no quiere ni una cosa ni la otra, sino todo lo contrario.
Ahora mismo la nave socialista no es que ande a la deriva, es que no anda. Presa de la ansiedad y las dudas, está bloqueada para dicha de sus rivales a diestra y siniestra. Pero la culpa no es de estos, la culpa es del propio PSOE. Tanto ha buscado parecerse a otros que ha terminado por no ser nadie. Tanto ha mirado a las alturas que no toca suelo. Tanto ha querido ser partido que ha dejado de ser socialista y obrero. Tanto ha traicionado sus principios que se acerca a su final. Tanto ha dormido con su enemigo que se ha confundido con él. Dos que duermen en un colchón se vuelven de la misma condición. Y el socialismo patrio, como toda la socialdemocracia europea, tanto ha claudicado ante el pensamiento único neoliberal que ha acabado por asimilarlo. De forma que las diferencias entre los partidos socialistas y populares son más de forma que de contenido, más de matiz que sustanciales, más nominales que ideológicas.
Los socialistas siguen levantando el puño izquierdo en campaña electoral, mientras hacen política, sobre todo, económica, con la derecha. ¿El resultado? No solo son incapaces de ser alternativa a un PP en sus horas más bajas, lleno de mierda hasta el cuello y con muchos cadáveres en el armario, sino que se han convertido en su muleta, a imagen y semejanza de sus camaradas alemanes, cuyo supuesto sentido de Estado les ha arrastrado a un estado sin sentido. Para más inri, les comen terreno por su izquierda. Podemos no existiría si Zapatero no se hubiera prosternado ante Merkel aquel mayo negro de 2010. El Anillo Único ha corrompido la naturaleza socialista hasta la esquizofrenia. Cual Gollum, el PSOE apenas recuerda quién era y sus orígenes. Hoy no es más que la sombra de lo que fue, una versión ‘light’ o amable del PP. De no enderezar su rumbo, está en serio riesgo de extinción y de que Podemos le reemplace en la escala evolutiva.
Hace más de un siglo, el sociólogo alemán Robert Michels advertía en su obra magna, ‘Los partidos políticos’, que cuando las democracias han conquistado ciertas etapas de desarrollo experimentan una transformación gradual, adaptándose al espíritu aristocrático y, en muchos casos también, a formas aristocráticas contra las cuales lucharon al principio con fervor. Aparecen entonces nuevos acusadores denunciando a los traidores; después de una era de combates gloriosos y de poder sin gloria, terminan por fundirse con la vieja clase dominante, tras lo cual soportan, una vez más, el ataque de nuevos adversarios que apelan al nombre de la democracia. Y sentenciaba Michels con clarividencia: «Es probable que este juego cruel continúe indefinidamente».
(Publicado en el diario HOY el 21 de mayo de 2017)