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Beatriz Acosta

El tragaluz ibérico

Una ruta de aire extremeño

La belleza es una de las pocas cosas que no dan lugar a duda.
Jean Anouilh

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Ninguna duda nos sugiere lo que aquí comienza. Lo que se desnudará, en cuestión de palabras, es un regalo. Una excepción. Una sorpresa. Una distinción en El Tragaluz. Aterriza la historia de una única protagonista. Ella, como representación de todo. Ella, dulce y de belleza eterna. Elegancia y carácter para conquistar. Llegó su momento: homenajearla y excluir a vecinos y paisanos repartidos por España. Ella, se desviste para seducirnos todo cuanto queramos.

De esa que combina verde, blanco y negro. De esa que brilla al sol y a la luna. De esa vecina de Portugal. De esa extremeña con Mérida a la cabeza. De esa, perdemos las letras en lo que comienza en 3, 2, 1… Una ‘dehesa’ infinita. Aunque un nombre a veces desconocido, es extremadamente especial. Con juegos de palabras se presenta la Comunidad acogedora que se tilda de maravillosa: EXTREMADURA.

Muchas veces lo desconocido se hace necesario. Cautiva lo impropio de lo típico. Regusto el que permanece en su ausencia. Flashes de vida en tu memoria por la experiencia de escondites extremeños. Paladar con sabores inimaginables. Sensaciones que desprenden envidia y que ensalzan un lugar de España semiescondido. Muy presente en sus límites cartográficos pero de tímido carácter para el público. Desnudarla es el mejor remedio para su historial. Muchos son sus puntos de vista, como forma de conocerla de arriba a abajo. En cualquiera de ellos, toma un reconocimiento con nota. Pero toca, con el permiso de sus paisanos, dar pie a cuatro grandes portentos de historia y monumentos: Cáceres, Trujillo, Guadalupe y Mérida. De aúpa.

Cada casa, un palacio. Cada piedra, un tesoro. Cada hombre, un hidalgo“. Así se define Cáceres, y con ello, ya inquieta. Presenta uno de los conjuntos Monumentales más importantes de España, y por no quedarnos cortos, hasta del mundo. Tanto por la conservación como por la densidad artística. La UNESCO supo premiar su presencia al declararla en 1986 Patrimonio de la Humanidad. La Ciudad Vieja de Cáceres, como renombre de su complejo urbano repleto de Edad Media y de Renacimiento. La ciudad es un exceso (sin empachar) arquitectónico. Entre sus calles es evidente su valía, y bien merece la visita por su aire a pie. Aunque con tal suerte, si es mezclada con rincones tales como la Plaza Mayor, las murallas, la Torre de Bujaco, el Arco de la Estrella o la Plaza de Santa María (entre otros), ya no habría excusa de escapatoria. Un tesoro descomunal, y en el que es difícil dirigir una ruta. No queda otra que empezar por donde buenamente se pueda, y resignarse a ver mucho menos de lo que deberíamos, sea cual sea la duración de la estancia.

A continuación de esos rincones citados, también los palacios del Obispo, Mayoralgo, Moctezuma y los Golfines o la iglesia de Santa María; son todos parte artística de los siglos XVI y XVII. Pero Cáceres, es bastante más que su pasado. Presenta proyectos de futuro casi incomparables con lo viejo. Un ejemplo que conjura lo nuevo y lo viejo son las facultades universitarias ancladas en palacios ancestrales. Al margen de las buenas vistas a tu paso, igual satisfacción merece el estómago. De obligado cumplimiento es tomarse unos pinchos a base de jamón, vino y de broche final el licor de bellotas, por las cuestas de la calle Aldana o sentado en uno de los acogedores lugares del paseo de Canóvas.

De espectacular mención, el Restaurante y Hotel Atrio, con premio de estrellas Michelín, un lugar donde el acierto es seguro pero de gran categoría. Otras opciones más accesibles son el Restaurante El Figón de Eustaquio, un sitio con mucha historia y gran calidad en su cocina; y Torre de Sande, en un espacio único y sin palabras. Para dormir, el Gran Hotel Don Manuel, situado en el centro y con un gran carácter de descanso ensalzado por su spa; o el Hotel la Boheme, con una aire moderno y muy colorido, buenísima situación y muy acogedor.

Una hora de conducción hacia el sur separan a Cáceres de Mérida, pero mejor ésta como punto y final. Por lo que… ¡cambio de rumbo! En dirección Este, 30 minutillos al volante y Trujillo es todo tuyo. Dispuestos a la aventura… Un poco a caballo de esa frase tan afamada de “Extremadura, tierra de conquistadores“. Pues bien, aventureros fueron aquellos Hernán Cortés, Francisco Pizarro o García de Paradas, entre otro buen puñado; al igual que somos aventureros oportunistas nosotros, al paso por este municipio. Protagonsita es su Plaza Mayor, de soportales y presidiendo el caballo de Pizarro: este conjunto es imán para los que están y los que llegan. No sólo es centro de miradas este núcleo, también en su conservado complejo urbano, Trujillo se divide en dos zonas repletas de fotografías maravillosas. “La Villa”, más antigua y elevada, y por otro lado, bajo el suelo, donde se encuentran los restos históricos sobre los que posa el pueblo.

A poco que hayamos caminado por Trujillo, habremos advertido la presencia del castillo o alcazaba que domina la ciudad y la llanura, castillo que has de visitar en noches de luna llena. Un mayor disfrute de esta parte, que junto al paseo por sus calles es un lujo. Subir y bajar por ellas, para rodearnos de piedra, arcos y rejas. E importante tarea la de ojear la iglesia de Santa María la Mayor. Con cansancio asegurado, quédate a comer por este tesoro en bruto, con la buenísima opción del Parador, anclado en el Palacio de Santa Clara. Platos como la sopa de tomate con higos, gazpacho blanco o una buena perdiz al jerez, sabrán reconquistarte. Algunas sugerencias son: el Restaurante La Troya, mesón tradicional, muy acogedor y con platos típicos; o el Restaurante Pizarro, también en el centro, con toques creativos pero de platos puramente extremeños. Buenísimas opciones. En cuestión de sueño, los hoteles NH Palacio de Santa Marta en un palacio del siglo XVI remodelado, que ofrece una extraordinaria combinación de diseño tradicional y moderna comodidad; y el Hotel Izán de aire más tradicional y muy acogedor. Ambos situados en el centro de Trujillo.

Destino Guadalupe. Una excursión de más trayecto pero con recompensa. Al Este de Trujillo, aún en la provincia de Cárceres. Se encuentra este pueblo ‘pequeñito, pero matón’. Matón, y mucho, por su secreto mejor guardado: el Real Monasterio de Santa María de Guadalupe. Éste, es considerado uno de los mayores símbolos de la comunidad extremeña, y su virgen de Guadalupe es patrona de la región. Al frente de espacios verdes, de agua corriendo libre por jarales, retamas y brezos. Entre calles estrechas y empinadas, el viajero encuentra un lugar de fachadas blancas y casas con huertos. Muy auténtico. El Monasterio, fundado por Alfonso XI de Castilla en el siglo XIV es su máximo resplandor, que mezcla lo gótico y mudéjar, de piedra y ladrillo y de torre cuadrada y redonda. Buen provecho, tras una visita enriquecedora, en la Hospedería del Real Monasterio, donde también poder dormir, al igual que en el Parador Nacional Zurbarán.

La vigencia de la estética romana dos mil años después“. Esto es Mérida. Emérita, con más dulzura al nombrarla. LA capital en mayúsculas de Extremadura. A través de ella palpamos historia de siglos atrás, y que invita al viajero a descubrir la huella de Roma por cada extremo. Porque Mérida es todavía, en muchos sentidos, la gran Emérita del primer Milenio. Y sobre todo, alberga tal cantidad de tesoros monumentales que no tiene rival en el mundo que atestigüe la forma de vida de los antiguos romanos. Precisamente, exceso es el quid de la cuestión. Imposible recorrer la ciudad de un golpe y porrazo. El viajero se empeña en aprovechar un recorrido para meterse a los emeritenses en el bolsillo: craso error. Hay que recordar que es un viaje en el tiempo, de calma y sabio conocimiento. Una solución al ansia por observar, es disfrutar de la gastronomía a ratos, con la caza, el queso o el embutido como protagonistas.

Podrás hacer el descanso en alguno de estos hoteles, como sugerencia personal: La Flor De Al-Andalus, muy moderno y con un estilo árabe, muy céntrico, tan acogedor y tan cuidado…merece la pena; por otro lado, Capitolio Apartamentos Turísticos es una opción muy diferente pero totalmente recomendable, a todo color y con un servicio impecable, de calificación sobresaliente; y el Hotel & Boutique Spa Adealba, con una categoría superior, se presenta para un mayor descanso gracias a su Spa y sus amplias instalaciones, también en el corazón de Mérida, es un hogar de diseño anclado a un elegante edificio del siglo XIX.

Atravesada por el río Guadiana y el río Albarregas. Su conjunto arqueológico fue declarado por la UNESCO, en 1993, Patrimonio de la Humanidad. Con un clima bastante envidiable. Es bien sabido que no pueden quedar pendientes visitas como: Teatro romano, Anfiteatro, Circo romano, Acueducto de los Milagros, Templo de Diana, Arco de Trajano; y sin lugar a dudas, no podemos abandonarla sin pasar por el Museo Arqueológico, cuyo edificio es obra de Rafael Moneo. Un claro ejemplo de cómo una ciudad no se resigna a vivir de las glorias del pasado, y fundamental para conocer una excelente colección de objetos de época romana.

Muchas veces, una imagen vale más que mil palabras
…mucho me temo que Extremadura nunca es suficiente, ni en pintura.
Acércate al espacio gastronómico incansable, y al paraíso cultural que alberga cada curva de su cuerpo.

Extremadura es por y para siempre.

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El tragaluz ibérico

Sobre el autor

Madrileña y extremeña: un 'dos en uno' inseparable. Periodista y dirección hotelera. Con mil ojos en el mundo del turismo para dar a conocer lo mejor de aquí y de allá. Música para vivir con más intensidad. Sonrisa, siempre. Ganas e ilusión, también. Twitter:@beibaf


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