DESDE esta tribuna radiofónica me dirijo a ti, que me escuchas con el corazón; a ti, que acusas en tu estómago las miserias de nuestros políticos (cabezas de serrín, glándulas salivosas, estercoleros intestinos); a ti, por cuyas anchas espaldas resbalan las opiniones de los manipuladores del pensamiento único, esos bastardos que merecen todas las maldiciones de tu lengua y tu mejor corte de mangas, ese poder agitador y populista del que tú, sagaz oidor independiente, estás y con razón hasta los… Y ahora que digo razón, he vuelto a quedarme sin tiempo para dirigirme a tu cerebro, a ver si acaso a la próxima…