ME LLAMARON de la embajada china: un representante de la delegación quería aprovechar su visita a España para Agradecer mi generosidad con la República Popular. Pensé que era un error, yo no les vendo exquisito jamón extremeño ni formo parte del equipo científico que ha creado las supergemelas a lo «junzi». Intrigado, acudí a la cita. El delegado era un fuerdái, un niñato millonario típico de la segunda potencia económica mundial. Me dio las gracias, sonrió indulgente y me devolvió una de aquellas huchas del Domund con las que los niños españoles de los sesenta pedíamos «para los pobres chinitos».