NO MILITA en ningún partido, no le debe el voto a nadie. Ayer acabó tan extenuado de reflexionar que ha dormido como un tronco. Ahora se encamina vestido de domingo al colegio electoral donde los interventores lo avasallan con zalamerías: uno le ofrece su descafeinado de media mañana; otro, su aperitivo de vermut rojo; el tercero, una jarra helada de la cerveza que le priva; el cuarto, un buen puro para sus tardes de toros, y el último le entrega un sobre vacío, la opción por la que al fin se había inclinado. A la salida se mira en un escaparate y descubre horrorizado que va completamente desnudo.